viernes, 4 de julio de 2014

"¿ SEÑOR, SALVAME?"


Y descendiendo Pedro de la barca, andaba sobre las aguas para ir a Jesús. 
Pero al ver el fuerte viento, tuvo miedo; y comenzando a hundirse, dio voces, diciendo: ¡Señor, sálvame! Mt. 14:29,30.

Esta es una historia que se repite día tras día en el pueblo de Dios. La gente comienza a servir a Cristo por sentimientos y de pronto pasa por la experiencia del hundimiento y se salen de la iglesia. 

Su fe no estaba fundada por convencimiento sino solo por sentimientos. Vemos a Pedro en un momento critico de su fe, creyó que su fe estaba bien fundada, y para demostrar a su amigos que esto era un hecho irrefutable pidió a Jesús un deseo el caminar por el agua. 

 Pedro volvió la vista con jactancia hacia sus compañeros y dejo de mirar a Cristo. No podemos mirar a los demás y al Señor al mismo tiempo. No puedes mirar tus pruebas y a Jesús simultáneamente. 

No puedes mirar al pecado y a Cristo a la vez. En el instante en que desvías la vista de él las olas se interponen directamente entre su persona y la suya. Cualquier cosa que, fuera de Cristo, llegue a ser para ti y para mi un fin en sí misma, nos acareará dificultades. 

Y esas cosa pueden ser aun las doctrinas de la Biblia y la organización eclesiástica. El objetivo de la vida espiritual de algunos es la reforma pro salud, el de otros es la fidelidad del sábado, o el café, para otros es la profecía de los 2.300 días. 

 Pero por más buena que sean esas maravillosas doctrinas, no deben ser un fin en sí mismas. Esto también se aplica a la organización eclesiástica en todo sus aspecto. Cristo debe llegar a ser todo para nosotros. La experiencia de Pedro sumergido en las olas nos enseña dos lecciones.

 1/ Una es la de la necesidad de una total falta de confianza en nosotros mismos. 2/ la siguiente es la de la seguridad que hallamos al mirar a Jesús.

Cuando hemos mirado y vivido, toda nuestra vida queda saturada de él. Todo lo que decimos y hacemos se centra en él.
Cada una de nuestras doctrinas, esperanza y aspiración está impregnada de Cristo. Y lo mismo sucede aun con nuestra vida física. 

“A la muerte de Cristo debemos aun esta vida terrenal. El agua que bebemos ha sido comprada por su sangre derramada. 

Nadie, santo o pecador, come su alimento diario sin ser nutrido por su cuerpo y la sangre de Cristo. 
La cruz del Calvario está estampada en cada pan. Está reflejada en cada manantial” (D.T.G. p. 615). 

Si sientes que te estás hundiendo, mira a Cristo. No dejes que las olas de la mundanalidad, los problemas o la confusión se interpongan entre persona y la de él. Clama junto con Pedro: “¡Señor, sálvame!” y la alvación sera tuya y mía.
Maranata.
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la Biblia a través del tiempo.


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