lunes, 30 de noviembre de 2020

EL CONFLICTO EN EL HOMBRE.

Porque lo que hago, no lo entiendo; pues no lo hago lo que quiero, sino lo que aborrezco, eso hago . . . Porque no hago el bien que quiero, sino el mal que no quiero, eso hago. Romanos 7:15,19.

El apóstol Pablo describe acertadamente la lucha interior del cristiano que conoce dentro de su corazón. Pablo escribe su propia experiencia, cuando se reconoció como pecador ante de entregarse a Cristo. 

Hace resaltar la impotencia de cualquier cosa que no sea el evangelio para proporcionar el poder que capacita para realizar la obra de justicia. 

Todos los que procuran ganar la salvación sin una entrega completa a Jesucristo quedarán completamente frustrados.  

Es la lucha continua con el yo uy el pecado, aun después de la conversión los cristianos siguen reconociendo que hay perfecciones y pecados en sus vidas, y que tales defectos son motivos de continua intranquilidad y preocupación. 

Nuestros fracasos produce frustraciones y algunas veces perdida de la fe. 

El que fue incrédulo antes de la conversión, cuya mente estuvo llena de escepticismo, quizá descubra que todavía perdura en su mente, perturbando su paz durante años, los efectos de su anterior hábito de pensamiento.  

Deja una cicatriz indeleble en el alma aun después de su conversión, lo cual produce ese estado de tensión que conocemos bien los cristianos. 

Sería muy aflictivo dejar este problema humano sin resolver. Pablo exclama: “¡Miserable hombre de mí!” Y luego contesta a su misma pregunta: “Gracias doy a Dios, por Jesucristo Señor nuestro”.  

Cuando el cristiano ve que esos antiguos deseos y sentimientos, que el desaprueba y odia, intenta día tras día recuperar su poder sobre él, lucha contra su influencia y anhela ser llenado con todos los frutos del Espíritu de Dios, pero entonces descubre que por si mismo ni con la ayuda de la ley puede lograr su liberación de lo que odia, ni puede tener éxito en alcanzar lo que aprueba y desea hacer. 

Pablo vio en Cristo el remedio para su conflicto. Por eso declara: “Ahora, pues ninguna condenación hay para los que están en Cristo Jesús. . . Porque la ley del Espíritu de vida en Cristo Jesús me ha liberado de la ley del pecado y de la muerte” (Romanos 8:1,2).


 A partir de ese momento ha cesado la tensión interior.Un nuevo poder se ha posesionado de la vida del cristiano. 

La unificación de Cristo con el hombre, es una de las grandes bendiciones de la fe cristiana. 

Es una gran razón por la que hombres como Pablo han llegado a realizar grandes proyectos en la vida. 

A través de los méritos de Cristo el hombre puede ver una puerta abierta abierta en el cielo. 

Pablo contemplo a Jesucristo, como el principio unificador entre Dios y el hombre.

MARANATA.

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