miércoles, 26 de septiembre de 2018

AMOR EN ACIÓN

Y ella dijo: Ninguno, Señor. Entonces Jesús le dijo: Ni yo te condeno; vete, y no peques más. Juan 8:11
El odio que había suscitado contra Jesús era de la misma magnitud que la admiración obtenida entre los “malditos” y los “pecadores”. Así, mientras Jesús enseñaba, irrumpen en el lugar una serie de escribas y fariseos. 

Los “elegidos” por Dios, la “elite” de la religiosidad llegaron formando un auténtico revuelo. Traían a una mujer que había sorprendida en adulterio. 

Una mujer hallada en adulterio, lo curioso es que sólo traían a la mujer, y para ver un adulterio se tenia que traer a las dos personas. 

Ella era plenamente consciente de su pecado, y que tenía una grave consecuencias y por lo tanto no esperaba misericordia de los judíos ni de Dios. 

“La ley era muy clara con respecto al adulterio”. Debía de ser apedreada. Hay otro factor a tener en cuenta, los judíos no podría dar muerte a una persona, la ley Romana lo prohibía. “La hipocresía era tal, que de sus propios labios salio: Tú, ¿que dices?” 

El texto bíblico lo deja clara. (Lev. 20:10; Deut. 22:22-24). Contestara lo que contestara Jesús estaba perdido. Jesús había venido a este mundo para traer misericordia, amor y perdón. 

Por su puesto que también denunciaba el pecado, pero deja un espacio abierto para el arrepentimiento. 

El que esta libre de pecado, que lance la primera piedra. Esto debería ser una lección para el pueblo de Dios, que somos dado a la critica y a la intolerancia. Durante mi vida he conocido pecados, que eran delito de expulsión de la iglesia, y fueron tolerados. 

Y ahora vemos las consecuencias en nuestras iglesias de la tibieza que hay. Comentando con un amigo, me decía que había visto de todo en las juntas, hasta pegarse uno al otro entre hermanos en Cristo. Así nada le sorprende a Cristo. 

El amor de Jesús por esos fariseos y escribas era tal que no pronuncio palabras, sólo escribió: “El que este libre de pecado que lance la primera piedra”. 

El Espíritu Santo les izo comprender su pecaminosidad, y uno a uno se marcharon. ¡Ella no fue condenada! 

¿Por qué? ¡Fue el milagro del amor sanador para el pecador lo que la salvo! Esa mujer fue que que más amo a Jesús. 

Le fue perdonado mucho, y amo mucho. Cristo nos ha perdonado mucho, y debemos de amarle mucho. 

Deberíamos decir como el Salmista: “ El hacer tu voluntad, Dios mío, me ha agrado; y tu ley está en medio de mí corazón”. 

No debemos ser rebeldes a las amonestaciones del Espíritu Santo, ni tú ni yo, que el tiempo que Dios nos conceda vida, podamos hacer su voluntad, por la gracia de Dios. Amen.
MARANATA.
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