sábado, 30 de enero de 2016

¿POR QUE TEMER?


En el día que temo, yo en ti confío. Sal. 56:3.
Visite a que estaba en la cama del alado tenia grandes dolores. Los médicos y las enfermeras habían hecho todo lo posible para aliviarlo. 

Pero era evidente que, amenos que Dios realizara un milagro, era solo cuestión de tiempo el que se viera libre para siempre de sus dolores. 

Hice todo lo posible para animarlo y que confiara en Dios. Le repetí el versículo que hoy comparto con ustedes. Le relaté la experiencia en las que Dios había respondido a la oración aliviando el dolor y derrotando el temor. 

El paciente dijo que había oído teles cosas, pero que solamente una vez había sentido que una oración fuera contestada. Había sido granjero. Y cierta vez dando de comer a un toro. El animal lo atacó, derribándolo. 

Afortunadamente era un toro al que se le había cortado los cuernos, pero eso no le libró del golpe del animal. Grito pidiendo ayuda, pero nadie le vino a socorrer. Entonces elevó una oración muy corta. “Dios mío, ayúdame”.
Y Dios contestó su oración en una forma muy poco común. 

El día anterior había llovido mucho y el pesebre estaba cubierto de fango. Cuando el toro trato de acornearlo, lo fue empujando e hizo que se deslizara dentro del fango. 

Cada vez el hombre se hundía unos centímetros más adentro y finalmente lo apretó contra la alambrada. El trato de levantarse y saltar el cerco y el toro corneó todo lo que se le puso por delante. 

El granjero perdió el sentido. 
Y cuando volvió en sí se encontró al otro lado de la alambrada. La explicación es que el toro metió la cabeza debajo del cuerpo del granjero y lo elevo al otro lada de la baya. 
El hombre me dijo: después que eleve la oración no sentí más miedo. 
Con un acto de nuestra voluntad podemos depositar en Dios nuestra confianza. Cada uno tiene miedo. Algunos le temen a las alturas, otros a la oscuridad, otros a la muerte, y otros a los lugares cerrados. Los soldados tienen miedo entra en batalla, es por eso que le dan algo de ve ver. 

Pero el hombre que no tiene puesta su esperanza en Dios, teme a la muerte. Cuando el Espíritu Santo llena el corazón, no hay lugar para el temor. 

El hombre prudente deposita su confianza en Dios. No hay motivo para tener miedo. 

David escribió con corazón: “En el día que temo, yo en ti confió”. En Dios he confiado; no temeré ¿que puede hacerme el hombre?” (Salm. 36:3,11). 

¿Deseas tener seguridad? La puedes tener. Necesitas confiar en que el Espíritu Santo te guie y no tendrás temor.
Maranata
Luis José de Madariaga.
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