miércoles, 6 de enero de 2016

EL ANCLA DE LA FE


Amados, ahora somos hijos de Dios, y aún no se ha manifestado lo que hemos de ser; pero sabemos que cuando él se manifieste, seremos semejantes a él, porque le veremos tal como él es. 
Y todo aquel que tienen esta promesa en él, se purifica a sí mismo, así como él es puro. 1º Juan 3:2,3.
Esta oración se podría parafrasear: “El mundo no nos reconoce porque nunca ha tenido relación personal con Dios” Los amantes del mundo se ha negado a conocer al Padre, por lo que es natural que no puedan reconocer a aquellos a quienes Dios llama sus hijos, o que estén dispuesto a hacerlo. 

La fe es dirigida a Dios, para ver al invisible, no las cosas que ahora están a la vista. La fe vive en la expectación de un bien futuro; discierne ventajas inexpresables en el don celestial. 
 Es ahora, mientras somo imperfectos, mientras aún no hemos sido completamente modelados a la semejanza de nuestro Padre, se nos dice que somos hijos de Dios” 
La esperanza de la vida futura es una parte esencial de nuestra fe cristiana. 
Cuando permitimos que las costumbres del mundo sea adoptadas por su pueblo y se interponga entre el alma y Dios, lo único que podemos ver es el mundo reflejado en nosotros. . . 
Mirad más alto, fijad vuestros ojos en las cosas invisibles y seréis fuertes en la fortaleza de la fe de Cristo.
Nuestra fe aumenta al mirar a Jesús, que es el centro de todo los atractivos y hermoso de esta vida. Cuando más contemplemos celestial tanto menos vemos las cosas deseables de esta vida. 
Cuanto más continuamente fijamos el ojo de la fe en Cristo en quien están centradas nuestras esperanzas de vida eterna, tanto más crece nuestra fe; nuestra esperanza se fortalece, nuestro amor se hace más intenso y ferviente, con la claridad de nuestra mirada interior espiritual, y nuestra inteligencia espiritual aumenta. 
Nos damos cuenta cada vez más del llamado de Dios a purificarnos a nosotros mismos de las costumbres y practicas de un mundo que no conoce a Dios ni a Jesucristo a quien lo envió. 
Cuanto más contemplamos a Cristo hablamos de sus méritos y relatamos su poder, tanto más plenamente reflejaremos su imagen en nuestro propio carácter y tanto menos someternos nuestra mente y afectos a las influencias paralizadoras del mundo. Cuanto más nuestra mente se espacie en Jesús, tanto menos nos envolverá las nieblas de la duda. (carta 30, 1893).
Maranata
Luis José de Madariaga.
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La Biblia a través del tiempo.

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