lunes, 15 de febrero de 2016

CUANDO EL ESPÍRITU DECAE


Respóndeme pronto, oh Jehová, porque desmaya mi espíritu; no esconda de mí tu rostro, no venga yo a ser semejante a los que desciende a la sepultura. Sal. 143:7.
He venido para encontrarme a mí mismo. Es demasiado fácil perderse en el mundo. De este modo habló John Burroughs refiriéndose a la asistencia a la iglesia. 

Y eso es muy a menudo lo que ocurre a una gran mayoría de cristianos, que descuidan la asistencia regular a la iglesia. Pronto se encuentra a si mismos aceptando los caminos del mundo, y muchos mueren en el camino. 

Muchos comienzan a depender de si mismos, más que de Dios, No pasa mucho tiempo hasta que encuentran que su propio espíritu no es suficiente para enfrentar las contingencias de la vida. 
Tenemos un ejemplo vivo en el tiempo. El rey David llegó a ser descuidado. Había ganado muchas victorias en batallas contra las naciones enemigas. 

 Pero en su batalla con la vida hubo momentos en que confió demasiado en si mismo y en su propia sabiduría. 

Siguió su propio espíritu en su conducta con Urías heteo y su esposa. Eso costó la vida del propio Urías y el hijo de David y de Betsabé. 

Confió en si mismo cuando huía de su hijo Absalón, y su juicio estuvo errado. 

No es de extrañar que su espíritu estuviera abatido. Soportó los insultos y las a pedradas de Simei. 
Cuantas otras indignidades sufrió en aquel tiempo, no lo sabemos.  
Conocemos su crisis final con su hijo Absalón, después que Joab hubo matado al joven rebelde, cuando David permitió que la compasión que sentía de sí mismo hiciera decaer tanto su espíritu que avergonzó a su nación y Joab lo reprendió como ningún hombre se había atrevido a hacerlo con un rey. 

¡Que diferencia en la vida cuando el Espíritu de Dios toma posesión de la misma! Cambia la perspectiva de la misma vida. Llega a ser irresistible el anhelo de estar en la casa de Dios, con el pueblo de Dios. 

El salmista registra: “¡Cuán amable son tus moradas, oh Jehová de los ejercito! 
Anhela mi alma y aun ardientemente desea los atrios de Jehová; mi corazón y mi carne cantan al Dios vivo” (Sal.84:1,2). 

 Cuando el llanto del arrepentimiento brota de nuestros corazones, cuando comprendemos que por nuestro propio espíritu no podemos alcanzar las cosas de Dios, cuando rendimos nuestra propia vida a la conducción del Espíritu Santo, la vida adquiere un nuevo significado. 
Donde antes fracasábamos, ahora somos victoriosos. Para las victorias en Cristo no hay derrotas, solamente bendiciones y recompensas.
Maranata
Luis José de Madariaga.
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La Biblia a través del tiempo.
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Ruego a los internautas cristianos que oren por mi amada esposa, esta enferma. Gracias a todos.

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