jueves, 23 de enero de 2020

UNA COSA HAGO.


Hermanos, yo mismo no pretendo haberlo ya alcanzado; pero una cosa hago: olvidando ciertamente lo que queda atrás, y extendiéndome a lo que está adelante, prosigo al blanco, al premio del supremo llamamiento de Dios en Cristo Jesús. Filipenses 3:13-14.
Es fácil engañarse a sí mismo pensando que se está progresando, aunque en realidad no se progrese. Esta es la realidad de muchas personas en la vida real. 

Recuerdo que cuando fui a la cueva de Casteret, desde el refugio de Goriz, cuando solo llevaba una hora de camino, mire tras mis pasos y observe que aun me quedaba 3h y 39 minutos por llegar. 

La distancia era de 234.9 K/m. Es decir 4 h. 39 min. A una altitud de 1616 metros. Es una de las grutas más hermosas del Pirineos Aragones. 

Pensaba que había hecho un gran progreso, y la realidad era otra. Así ocurre cuando se anda por la nieve, los pasos son lentos y el esfuerzo es grande. 

Nuestra vida espiritual ofrece esa clase de peligros. Podemos ir a la iglesia, dar nuestras ofrendas, ayudar a los necesitados, leer el conflicto de los siglos o el D. toda Gente: no obstante, con todo eso, nos podemos quedar estancados. 

¿Por qué? Porque descuidamos las devoción personal y la conversación con Dios. Esta es la triste realidad. Creo con humildad, que el progreso del cristiano presenta dos fases. Está se efectúa en un crecimiento externo e interno. 

Los dos son de gran importancia para el cristiano. Ya que si uno muere el otro también. Pablo no pretendía haber alcanzado el nivel deseado, pero proseguía a obtener ese blanco. 

Para ello tenía que dejar todo lo pasado y mirar a lo que estaba delante de él, mirar a Cristo y hacer su voluntad. Pablo miraba con cuidado el progreso de él, y de su iglesia. 

Por lo tanto cuidemos de medir correctamente nuestro progreso, ya que pueda ser que este afectándonos a todos por los tiempos que estamos. 

Pablo tenía un objetivo claro, daba tres pasos adelante para quedarse con dos, pero siempre avanzaba hacía el blanco que era Cristo. Pablo mantuvo una cosa permanentemente delante de él en toda su obra: ser fiel a Cristo. 

El gran propósito de su vida era servir y honrar a Aquel cuyo nombre una vez había deshonrado. 

Nosotros los laodicenses, debemos de seguir el ejemplo de Pablo, porque del mismo modo y en muchas formas ofendemos a nuestro Dios. 

Nuestro único deseo es de ganar almas para Cristo, con nuestro ejemplo y con nuestra entrega por las almas. 

En Cristo se rompe los círculos viciosos, y podemos avanzar constantemente, paso tras paso, “olvidando ciertamente lo que queda detrás” y extendiéndome a lo que está delante”, confiando en que el “premio de la soberana vocación de Dios en Cristo Jesús” será alcanzado.
MARANATA.
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