He aquí que ésta
fue la maldad de Sodoma tu hermana: Soberbia, abundancia de pan, y
demasiada ociosidad tuvieron ellas y sus hijas; y no fortaleció la
mano del pobre y del menesteroso. Ezequiel 16:49.
El profeta Ezequiel no señala los crímenes
contra la naturaleza que comúnmente se asocian con el nombre de
Sodoma. Más bien parece referirse a las causas y no a las manifestaciones externas. La prosperidad siempre pone en peligro la virtud, y el ocio lleva a la tentación y a todo tipo de pecado.
Moisés había prevenido a Israel en contra de estos peligros.
El tener un trabajo señalado con la protección de Dios es algo por lo cual uno debe sentirse profundamente agradecido a Dios. (ver. Deut. 6:10-12; cf. Jer.22:21; Ose. 13:6).
En la enumeración de pecados, se incluye uno negativo: “no fortaleció la mano del afligido y del menesteroso”.
Cierto es, que por lo general los hombres se preocupan de los pecados de comisión.
Pero es igualmente fácil perder el cielo por los pecados de omisión.
En la parábola, Jesús ordena a los que están a su izquierda que se aparten, no porque haya cometido grandes pecados visibles, sino porque fueron descuidados en el sencillo ministerio del amor hacia sus semejantes (Mat. 25:41-46).
Esta parábola armoniza con las declaraciones del apóstol Jacobo: “Al al que sabe hacer lo bueno, y no lo hace, le es pecado” Sat. 4:17.
Lo cierto es que no se menciona los pecados de Samaria, sin duda porque sus abominaciones eran tan grandes y recientes que no valía mencionarla, mientras que la historia de Sodoma había transcurrido mil años.
Es una lección para el pueblo de Dios, porque como los pecados de Samaria no se menciona, los pecados de los laodicenses es la tibieza.
La ociosidad es uno de los grandes pecados del cristiano laodicenses. El imperio romano fue vencido por el crecimiento de la ociosidad.
El fausto, el poder y la indulgencia fue lo que debilitó al gran imperio Romano. La moda, las diversiones, el ocio, y el amor al mundo, vino su decadencia moral a la nación. Cristo nos advierte: “No améis las cosas del mundo”.
La ociosidad y la intemperancia, son los males de este siglo. Cuando la mente de una persona queda inactiva es cuándo Satanás se apodera de ella con gran deleite.
Pronto la conduce hacia los peligrosos remolinos de la ociosidad. Parta este mal, Cristo nos manda id y predicar el evangelio a todo el mundo, así se acaba la ociosidad.
Es la hora de proclamar al mundo lo que está apunto de ocurrir.
El fruto de higuera está maduro, las uvas están maduras, y el lagar dispuesto para quemar los desperdicios.
Alabemos a Dios por el trabajo bien que Dios nos asigna. No tratemos de huir del él, sino que trabajemos para glorificar su nombre.
MARANATA.
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