martes, 23 de noviembre de 2021

LA BAJADA Y SUBIDA DE LA MAREAS.

Porque Jehová el Señor me ayudará, por tanto no me avergoncé; por eso puse mi rostro como un pedernal, y sé que no seré avergonzado. Isaías 50:7

Todos sabemos que las mareas pueden ser traicioneras para el hombre descuidado. 

Como socorrista de la cruz roja del mar, e visto casos de personas que han sido arrastradas por causa de la marea. Sobretodo en la ciudad de la Coruña. 

Los mares de las virtudes humanas casi siempre están en baja marea. Lo cierto es que, a veces, el impulso de la marea nos hace reformar nuestra vida y nos paramos a pensar. 

Pero no olvidemos que la tendencia de la marea es a disminuir nuestras facultades. De ahí que el cristiano debe de luchar contra la corriente de las ideas de este mundo. 

Los hijos de Dios tenemos la tendencia a desanimarnos muy a menudo, cuando luchamos contra la corriente. No ponemos nuestra confianza en aquel que creó los mares. 

Recuerdo que cuando buceaba a una profundidad de 20 metros, lo que más me sorprendió fue ver una roca grande en un sitio llano en el fondo del mar. 

Al su alrededor había cantidad de peces, que se resguardaban de las subidas y bajadas de las mareas. El profeta Isaías tenía una firme determinación, de confiar en las promesas de Dios. 

Sabía que el cumplimiento de que Jesús sería como el pedernal, contra la terquedad del pecado de su pueblo. Cierto es que no existía el diamante, el pedernal. 

El profeta hace referencia a Cristo (Luc.9:51). Cristo nos promete, que si somos fieles a sus mandatos, no importa cuán duro fuera el enemigo, los hijos de Dios serán fortalecidos y serán más duros que sus enemigos. 

Lo que Dios nos ofrece, es un acto de amor y voluntario, tu lo aceptas por ese amor que ha demostrado sobre ti y sobre mi. 

Sabiendo cuál era su deber, Cristo puso su “rostro como un pedernal”. 

Pablo supo de las dificultades que le esperaban, dijo: “De ninguna cosa hago caso”. 

Marco Aurelio, Emperador Romano 161-180 a.C. dijo a unos de sus discípulos: 

“Debes ser como un promontorio en el mar que aunque sea golpeado continuamente por las olas, siempre permanece, y en cuyo derredor se aquietan las hinchazones de las olas”. (Historia de Roma tomo 1º p 181. 1961).

A través del Espíritu Santo, nos es concedido la determinación que capacita al cristiano para avanzar a cualquier precio, y que lo hace permanecer inconmovible en medio de la lucha. 

La seguridad de los hijos de Dios radica en que diga: “Jehová el Señor es mi fortaleza, por lo tanto no me avergonzare y sé que no seré avergonzado”.

MARANATA.

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