martes, 9 de noviembre de 2021

CORRÍGEME OH MI DIOS.

Examíname, oh Dios, y conoce mi corazón; pruébame y conoce mis pensamientos: y ve sí hay en mí camino de perversidad, y guíame en el camino eterno. Sal. 140:23-24.

El conocimiento que tenía David de la ley, su aprendizaje en la escuela de la adversidad, del dolor y de la tentaciones, sus años de compañerismo íntimo con Dios, su vida como rey de Israel, 

la seguridad que Dios le dio de que le suscitará un Rey eterno sobre el trono de David, fueron las experiencias que capacitaron al rey-pastor, para cantar las canciones más dulces y más triste del alma humana sedienta de Dios. 

Muchos hombres y mujeres sinceros y creyentes, saben de lo que pasó David. Él recurrió al dador de la vida, al único que le podía ayudar. 

Cada uno de los hijos de Dios, tenemos que ser pulidos en la escuela del dolor. El rey David, sufrió en sus propias carnes el sufrimiento, pero no desecho la oportunidad que le brindo Dios. 

Cada hijo de Dios, tiene la oportunidad de recurrir a Dios en momentos de dolor, de desánimo, Dios comprende nuestras necesidades y está dispuesto ayudarnos. 

La protección divina es el mejor escudo que cualquier yelmo de metal (Efe. 6:13,17). 

Estamos seguros de que el Señor defiende a los justos, y que no es indiferente con quienes sufren por su divina causa. Cuando era monaguillo, el incienso inundaba toda la iglesia. 

Las oraciones son como el incienso ante el Santuario celestial, y Cristo como Sumo Sacerdote transformara nuestras oraciones imperfectas en oraciones perfectas. 

No dejemos que se incline nuestro corazón a cosa mala. El mundo está lleno de tentaciones, y el cristiano debe de estar alerta a todas ellas. 

La dirección que toma el corazón, pronto imprimirá rumbo a la vida en Cristo Jesús si le dejamos obrar. Cuando tropezamos en nuestra experiencia cristiana, nunca tiene la culpa Dios. 

No sólo no desea que pequemos, sino que es poderoso para librarnos de caer. (Juan 24). David cayó, y reconoció su pecado y Dios lo libró.  

Así ocurrirá con aquellos que van a su Señor, y le piden fuerzas para no caer en ese pecado. 

Esta es la experiencia de David y la nuestra (ver C,S. p. 564). 

Cristo dará fuerza a todos los que se la pidan. Nadie sin su propio consentimiento, puede ser vencido por Satanás. 

El tentador no tiene el poder de gobernar la voluntad o de obligar al alma a pecar. Ib. 

Cuando seamos liberados Dios pondrá cántico nuevo en nuestros labios. 

El cántico de los redimidos será un cántico nuevo, será el canto de una experiencia personal, y un himno de victoria.

MARANATA.

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