miércoles, 26 de mayo de 2021

DIOS HECHO SIERVO.

Haya, pues, en vosotros este sentir que hubo también en Cristo Jesús, el cual, siendo en forma de Dios, no estimó el ser igual a Dios como cosa a que aferrarse, sino que se despojó a sí mismo, tomando forma de siervo, hecho semejante a los hombres Fil. 2: 5-8.

Pablo a lo largo de sus epístolas emplea con frecuencia otras nombres “Jesucristo”; pero Pablo emplea con frecuencia la otra forma, especialmente en esta epístola. (3:3-8, 12; 14:7, 19,21). 

Pablo quiere destacar el elemento divino (Cristo) antes del elemento humano (Jesús) dentro de la naturaleza divino-humano del Salvador. 

Para Pablo toda la vida espiritual se centra en Cristo, cuando el cristiano desea tener lecciones de humildad se debe de centrar en Cristo. 

Esto es lo que Pablo nos quiere decir a los cristianos de hoy día. Pablo no se ocupa de la teología estrictamente académica, sino que nos quiere transmitir la intima obra redentora de Cristo.

 Pablo quiere dejarnos una enseñanza para estimular a los creyentes. 

Si Cristo abandonó una gloria inefable, se cubrió de forma humana más humilde y se ocupó de las cosas más modestas para que los hombres pudieran ser salvos. 

Creo que este es uno de los pasajes más grandes de la Biblia. Cualquier forma que esa manifestación hubiera podido tomar fue poseída por Cristo, quien de esa manera existió uno con Dios.

 Esto coloca a Cristo en igualdad con el Padre. No se aferro a nada en esta vida, no “usurpo”, no “robo”, “cosa que retener”, “algo de que apoderase”. 

Cristo se despojó a sí mismo, “se vació así mismo”.Ese vaciamiento o anonadamiento fue voluntario (Juan 10:17-18). 

En su vida no hubo vestigios de lujo, comodidades, complacencia propia ni deleites, sino que fue una sucesión continua de abnegación y sacrificio propio. 

Toda su vida estuvo subordinado a la voluntad de su Padre, y así deben estarlo nuestras vidas. 

La vida de Cristo llegó a ser en esa forma el sencillo cumplimiento de la voluntad de Dios. (DMJ 17-19; DTG 178). 

Podemos ver claramente cuan pequeño es cualquier sacrificio nuestro en comparación con el sacrificio de Aquel a quien profesamos seguir. 

Nosotros, que somos tan inferiores a Cristo, ¿nos preocuparemos tanto por nuestra frágil reputación que nos resulte difícil o imposible rendir nuestra voluntad a la voluntad de Dios? 

Cuando compartamos el verdadero espíritu de Cristo, cuando él more en nosotros y vivamos la vida del Hijo de Dios, se habrá cumplido en nosotros el propósito de la admonición de Pablo presentada en los versos presentados. 

Entonces seremos semejantes a Cristo. ¿Estamos dispuesto a “despojarnos a nosotros mismo” por el bien de otros? ¿Podemos amarnos unos a otros así como él nos amó?

MARANATA.

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