Que vuestro adornos no sea
exterior, con encrespamiento de cabello y atavíos de oro, ni
vestidos costosos. . . ornato de espíritu humilde y apacible, lo
cual es de grande estima delante de Dios. Porque así también se
ataviaba en el tiempo antiguo aquellas santas mujeres que esperaban
en Dios, siendo sujetas a sus maridos. 1º Pedro. 3: 3-5.
Hay ídolos que se alberga hoy
día en nuestra familias y en nuestras iglesias. Esos ídolos tiene
sobre nosotros la misma influencia que tuvo el becerro de oro sobre
los Israelitas.
¿Se escudriñará a sí misma la grey? Los pastores
de la grey, ¿harán su obra como fieles centinelas de Dios? ¿Verán
que ídolos están albergando?
Cada uno de los que presiden
¿Considerará que debemos ser un pueblo separado y diferente del
mundo en lo que respecta a modas en vestido, la forma de hablar, de
conducta?
¿Discernirán la idolatría en asuntos grandes y pequeños,
y que ella no está separado de Dios? Cuando llegue la reprensión se
avergüenza, pero no se arrepienten.
Han tenido gran luz, grandes
oportunidades, linea sobre linea y mandamiento tras mandamiento; pero
el orgullo brota y florece en sus vestiduras y revela los
pensamientos y las intenciones del corazón. (MS 52 1898).
La palabra
de Dios es clara y congruente. Y el profeta Isaías declara el
orgullo prevaleciente de “las hija de Sion” (Isa. 3:16-24; 1º
Tim. 2:9-10; 1º Ped 3:3)
Cierto es que la vanidad es un arma que
Satanás usa en todo tiempo, la uso en el desierto, y después en
Israel, y sigue en nuestros días. Aunque el Apóstol Pedro y Juan lo
menciones, es cierto que es Dios que juzgara estos hechos.
La gente
trata a menudo de darle a la apariencia lo que considera belleza
tratando de cubrir lo que es real y natural, y lo que como es, puede
ser muy hermoso, aunque diferente.
Mas aún nunca ha sido la
apariencia exterior lo que resulta bello o feo a la vista de los
demás. No olvidemos: una esposa, una hija, un esposo, un amigo,
tiene la obligación de presentarse fisicamente elegante dentro de
sus posibilidades en la casa del Señor.
Todas las mujeres son
hermosas ante los ojos de Dios. Lo importante es el atavió interior,
que debe de llevar un cristiano, ya que es un representante de Jesús
en la tierra.
Toda mujer y todo hombre tiene su atractivo, pero
realmente lo que llega a las almas es el vestido que nos concede el
Espíritu Santo. No seamos cómo las hijas de Israel, que por culpa de
su orgullo, Dios las reprendió durante 40 años.
Es la persona
interior, lo que realmente somos y valemos (Rom 7:22; 2º Cor. 4:16;
Efe. 3:16).
El carácter intrínseco y la personalidad.
El carácter intrínseco y la personalidad.
El tiempo que
se utiliza en adornar el carácter con rasgos semejante a los de
Cristo es mucho más provechoso que el tiempo que se dedica al
adorno personal.
Este carácter incorruptible es el manto de
justicia que Cristo promete a todos sus hijos.
MARANATA.
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