Yo os
recibiré, y seré a vosotros Padre, y vosotros me seréis a mí
hijos e hijas, dice el Señor Todopoderoso. 2º Corintios. 6: 17-18
Cuando
Dios creo la raza humana, la creo para su gloria y para que el hombre
disfrutase de una gran felicidad. Pero la maldad desfiguro al ser
humano, y este desecho a Dios.
Tuvo que venir el Mesías para dar su
vida por la raza caída. Pero Dios nos considera sus hijos. Aunque
Pablo hace referencia histórica a la salida de Israel de Babilonia,
así también hace referencia del Israel espiritual a la salida de
Babilonia espiritual (Apoc. 18:4).
El apóstol Pablo agrega un matiz
a nuestro testo. Dios les ordeno que no llevasen a la tierra de
Israel, nada idolátrico, imágenes o otros utensilios.
Al Israel
espiritual se le ordena que no toque lo inmundo, y entendemos esto
adornos pinturas, gargantillas y joyas un largo ezetera.
Aun ideas y
conceptos babilónicos, sean del pasado o del presente. Muchos.
Dirían: ¿que importancia tiene en hacer esto o lo otro?
Dios quiere
un pueblo santificado, lejos de lo que corrompe, de lo que no separa
de un Dios Santo. Lo triste es que escogemos como punto de referencia
la moda, y las ideas de este mundo y de hecho nos volvemos más
parecido a aquello que escogemos.
Hay algo mucho peor que pensar que
somos mejores de lo que realmente somos, y eso es negar y rechazar la
verdad de que hemos nacidos para ser hijos de Dios, descuidando, la
actuación de nuestro verdadero yo.
El privilegio de convertirse en
hijos e hijas adoptados por Dios es un honor supremo que él concede
a los que nacen del Espíritu (Juan. 1:12-13; 3:3, 5:1 y Jun, 3:1-2).
Dios promete cumplir el deber de su padre con los que se convierten
en sus hijos; promete ser su sustentador, protector, consejero, guía
y libertador.
Los seres humanos llegan a ser hijos de Dios por
adopción. Como resultado de la fe del creyente en Cristo, la
operación sobrenatural del Espíritu de Dios crea una nueva vida
espiritual que hace del hombre un hijo de Dios.
La revelación del
hombre como el objeto del amor ilimitado y absoluto de Dios nos
elevará de la descolorida vida que muchos conocemos, y que a veces
llevamos aun los que somos dedicados miembros de iglesia, a las
alturas de la santidad para las cuales fuimos creados.
Pero muchos no
llegamos a la altura que Dios nos exige.
Debemos morir más al mundo y a sus costumbres, y dedicarnos más a la obra de nuestro salvador.
Debemos morir más al mundo y a sus costumbres, y dedicarnos más a la obra de nuestro salvador.
Regocijémonos por la capacidad de dar, de amar, y de vivir, a la
cual el hombre, como hijo de un Dios de amor, tiene acceso, y
vivamos en una intima relación con el Padre.
MARANATA.
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NOTIFICACION A LOS
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Sal. 62: 7
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