Por lo cual también
contiene las Escrituras; He aquí, pongo en Sión la principal piedra
de angulo, escogida, preciosa; y el que creyese en él, no sera
avergonzado. Para vosotros, pues, los que creéis, él es precioso;
pero para los que no creen, la piedra que los edificadores
desecharon, ha venido a ser la cabeza del ángulo. 1º Ped. 1: 6,7,
Pedro escribió esta
carta a ciertos cristianos que estaban pasando grandes dificultades
por causa de su fe, en el seno de la sociedad a la cual pertenecía.
Ningún cristiano mucho menos los discípulos, pueden evitar el
sufrimiento en la época de la iglesia primitiva.
Pablo se estaba
refiriendo a las pruebas, chascos de su tiempo y más cuando era
tiempos de persecución por parte de Nerón, la iglesia estaba
pasando por una prueba terrible. Pablo la llama “leve tribulación
momentánea” , para poner énfasis en su naturaleza transitoria
(2º Cor. 4:17). Pedro expreso un concepto similar cuando dijo: “Por
un poco de tiempo”.
Si Dios no viera
algo precioso en nosotros, no permitiría que pasáramos por
pruebas. Ya que las pruebas purifica el alma y no perdería el
tiempo en refinarnos. Los herreros no ponen plomo en la fragua, sino
el hierro y acero.
El Señor permite
que su pueblo entre en contacto con el fuego de la aflicción, puesto
que para él su fe es más precioso que el oro.
La referencia de
Pedro al oro en el Nuevo Testamento se complementa con la que
encontramos en Malaquías 3:3, donde se presenta a Dios como a un
orfebre junto a un crisol mientras
observa
cuidadosamente lo que esta ocurriendo.
Toma un trozo de
mineral aurífero, repleto de impurezas y lo pone en el crisol.
Sometido a un intenso calor, el mineral se funde y las impurezas
flotan en la superficie desde donde se las extrae. La repetición de
este proceso permite finalmente que el orfebre vea su rostro
reflejado en la superficie purificada del oro liquido.
Esa es la prueba
final. Después se aparta el oro del fuego. Es una bella
ilustración de como tiene que quedar el cristiano antes de que
Cristo aparezca en las nubes. El orgullo, la arrogancia, la envidia,
la critica y un largo ezetera, tiene que pasar por el fuego
consumidor de las pruebas y dificultades de la vida.
El ideal de Dios
para sus hijos es la semejanza a Cristo. Por lo tanto, durante este
proceso purificador, no contemplamos ni el calor ni las impurezas que
flotan en torno de nosotros, sino más bien el rostro de Aquel que se
inclina para vernos.
Nos observa
cuidadosamente con el fin de ver su rostro reflejado en nosotros.
Cuando nuestro Señor Vuelva, todas las pruebas y perplejidades que
hayamos pasado y soportado se reducirán a la insignificancia. Por
eso Pedro nos dice que si nuestra fe se mantiene fuerte, debe ser
“hallada en la alabanza, gloria y honrra cuando sea manifestado
Jesucristo. (1º Ped. 1:79.
Maranata.
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La Biblia a través
del tiempo
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venida apocalíptica
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