Como
también David habla de la bienaventuranza del hombre a quien Dios
atribuye justicia sin obras, diciendo: Bienaventurados aquellos
cuyas iniquidades son perdonadas, y cuyo pecados son cubiertos.
Bienaventurado el varón a quien el Señor no le inculpa de pecado.
Romanos 4:6-8.
La
historia cuenta que un santo arzobispo de Canterbury llamado Anselmo,
vivió durante el siglo XI. Algunas de sus enseñanzas indican que
ya en la Edad Media habían quienes creían y enseñaban la doctrinas
de la justificación de la fe.
Anselmo
participo en el concilio de Bari 1.098, bajo el mandato del papa
Urbano II, en este concilio deshaciendo el sofisma de los griegos que
negaban que el Espíritu Santo procede del Padre y del Hijo. Dicho
discurso se convirtió en [tratado, titulado De la procedencia del
Espíritu Santo].
Aun
cuando resulta peligroso depender del arrepentimiento en el hecho de
muerte, Anselmo escribió un tratado en forma de preguntas y
respuesta destinado a consolar a lo moribundos. Allí expone
bellamente la verdad de la justificación por la fe, y cómo obrar.
Le
pido disculpa Anselmo por parafrasear parte de su tratado.
“Pregunta:
¿Crees que Jesús murió por ti?
“Respuesta:
Sí lo creo.
“Pregunta:
¿Le agradeces por sus sufrimientos y su muerte?
“Respuesta:
Sí le agradezco.
“Pregunta:
¿Crees que no podrías ser salvo si no fuera por su muerte?
“Respuesta:
Sí lo creo.
Además
al moribundo se le decía esto: “Mientras tengas vida, pon toda tus
fuerzas solamente en su sacrificio; no confíes en ninguna otra cosa;
entrégate a su muerte completamente; sólo así estarás plenamente
seguro; y si el Señor tu Dios te juzga, respóndele: Señor, entre
tu juicio y el mío presento la muerte de el Señor Jesucristo.
De
ninguna otra manera podría contender contigo. Y si el Señor te
dijera que eres pecador, respóndele: Señor, interpongo la muerte de
nuestro Señor Jesucristo entre mis pecados y tú.
Y si el Señor te
dijera que eres digno de condenación, le dirás: Señor, pongo el
sacrificio de nuestro Señor Jesucristo entre lo que yo merezco y tú,
y ofrezco sus méritos por los que yo debería tener, y no tengo.
Si
Dios te dijere que está enojado contigo, dile: Señor, pongo la
muerte expiatoria de nuestro Señor Jesucristo entre tu ira y yo.
Y
cuando hayas terminado, dile además: Señor, pongo la muerte de
nuestro Señor Jesucristo entre tú y yo”. Amen
(Strong's
Systematic Theology, p. 849).
Maranata.
http://
lecciones-biblicas.blogspot.com
La
Biblia a través del tiempo
http://segunda
venida apocalíptica
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