Yo soy la vid,
vosotros los pámpanos; el que permanece en mi, y yo en él, éste
lleva mucho fruto; porque separados de mi nada podéis hacer. Jn.
15:5.
Se cuenta la
historia de un escultor francés que le mandaron a construir una
estatua del famoso novelista Honorato de Balzac.
Este escultor era Rodin. La imagen era bella cuando la termino daba una impresión real.
Este escultor era Rodin. La imagen era bella cuando la termino daba una impresión real.
Pero lo que más le llamaba la atención era las manos primorosamente talladas. Rodin quedó exhausto después de acabar su obra. La contempló triunfante y aunque era de madrugada fue a despertar a uno de sus alumnos para que le diera su opinión.
Los ojos del joven se fijaron en las manos que parecía tener vida. El rostro del escultor se ensombreció a ver el rostro del muchacho. Llamo a un segundo estudiante para ver que opinaba de la estatua, después de observarla el joven se fijo en las manos y quedo cautivado por su belleza.
Entonces Rodin, en un arrebato de ira tomó un martillo y antes los horrorizados alumnos pudieran impedirlo, de un solo golpe redujo a polvo las magníficas manos.
Luego se volvió
a sus asombrados discípulos y les dijo: “¡Necios! Me vi obligado
a destruirla porque tenía vida en si misma. No pertenecía al resto
de la obra. (foto. El pensador de Rodin).
Recuerden esto y recuérdelo bien: Ninguna parte es más
importante que el todo”.
No tenemos vida
propia. Cada partícula del aire que aspiramos es un don. Cada
latido del corazón es el resultado del poder sustentador de un Dios
misericordioso.
Cada destellos del intelecto es un legado de nuestro
Señor. Nuestra vida es una parte de su plan. Somos como piezas de
un rompecabezas. Si no queremos ocupar nuestro lugar con los demás
fragmentos, no sólo arruinaremos toda la imagen, sino también
nuestra propia vida solitaria, alineada e independiente.
La
independencia nos destruirá tanto en esta vida como en la venidera.
“La mente carnal. . . no se sujeta a la ley de Dios, ni tampoco
puede” (Rom. 8:7). Es imposible que el hombre por su propia fuerza
escape del abismo del pecado en el que ha caído y dé frutos de
sanidad (CC. 16).
Doquiera los hombres se aferren al principio de
que pueden salvarse por sus propias obras, no tendrán no tendrán
una barrera contra el pecado (D.T. 26-27).
El maestro no puede
haber escogido un ejemplo más hermoso para ilustrar nuestra
dependencia de Dios que el de la vid y los sarmientos. Si
permanecemos en él y él en nosotros daremos muchos frutos.
Nuestra vida estará colmada de las gracias cristianas e influiremos
sobre los demás en favor de Cristo.
Si elegimos la senda de la
independencia, nos marchitaremos y moriremos. Y aunque creamos que
tenemos vida en nosotros mismos, en realidad la habremos perdido para
este tiempo y para la eternidad.
Maranata.
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http://segunda
venida apocalíptica. blogspot.Com
la
Biblia a través del tiempo.
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