miércoles, 16 de julio de 2014

LA SEGUNDA MUERTE.


Y a la hora novena Jesús clamó a gran voz, diciendo: Eloi, Eloi, ¿lama sabactani? Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has desamparado? Mac. 15:34, Mt. 27:46.


Dios mío. Heb. 'Eli. Traducido como Dios. El posesivo “mío” parece añadir un toque de amorosa fe a la aparente desesperación, la fe lucha con el amor. ¿por qué? 

Es el clamor de un hijo desesperado que no puede comprender por qué su Padre lo ha abandonado. Pero detrás de esa nube del peso del pecado estaba él Padre. Jesús exclama estas palabras antes de morir. Era un clamor desgarrador que revelaba la tremenda agonía. 

Imaginemos la sangre por su rostro mezclado con las lagrimas, y el inmenso dolor que le producía la corona de espinas y el peso del pecado. Estaba experimentando la segunda muerte: La separación de su Padre. 

Es imposible para el ser humano comprender lo que Jesús soportó. No hay palabras, ni ejemplos humanos, que pueda llegar a comprender tal amor. Ni la perdida de un hijo, ni la separación de una esposa que ya no te ama. En ese caso la vida pierde sentido para él. 

Pero cuando el amor es transferido a alguien y lo comparte entonces vuelve a tener sentido. Esta es una de las razones por las cuales el cristianismo es tan poderoso y maravilloso. Servimos a un Dios que nos ama, y sabemos que él nos ama, no importa qué ocurra, eso es amor supremo.

Cuando el Salvador se hallaba en la cruz, la verdadera lucha mortal se produjo cuando lo asalto cierto pensamiento. Cristo sabía que llevaba la carga de nuestros pecados. Los tomó y los llevó por nosotros. En segundo lugar, sabía también que al hacerlo, eso lo separaría de su Padre. 

Al llegar a ese punto ya no pudo ver nada más allá de la tumba. Se quedo solo con su fe, privado de la sensación de la presencia de su Padre. Por su puesto, el Padre estaba junto a la cruz, pero Jesús no lo sabía; no lo podía ver ni sentir. Entonces brotó de su pecho la exclamación que aparece en nuestro texto. 

Cristo no tenía derecho a creer que su Padre lo amaba, puesto que había asumido nuestra condición pecaminosa. Por otra parte, sabía que todo se perdería sino conservaba su fe en el amor del Padre.

Cuando perdemos a nuestro ser más querido, es el momento de demostrar que nuestra fe esta fundada en Cristo y en nuestro Padre celestial. En aquel día glorioso, que se esta cercando, veremos nuestra fe recompensada viendo a Cristo y a nuestros seres queridos. Es por eso que nadie puede apreciar la agonía que Cristo experimento en ese momento. 

Lo más cerca que el cristiano podrá experimentar en el tiempo de angustia de Jacob. Nos veremos a ejercer nuestra fe aunque no tengamos evidencias de la duración de la prueba. 
Sólo la fe en el amor de Dios nos ayudará a pasar por esos trances tan amargos. ¡Cuánta necesidad tenemos entonces de estudiar, de orar, de hablar con Dios cara a cara, y dedicar tiempo a la meditación y al cultivo de una experiencia de íntima comunión con nuestro Dios. Este consejo es para mi, ¡Y tú ! Que vas hacer.
Maranata
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La Biblia a través del tiempo
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