Porque un niño nos
es nacido hijo nos es dado, y el principado sobre sus hombros; y se
llamará su nombre Admirable, Consejero, Dios fuerte, Padre eterno,
Principio de paz Isa. 9:6
Los que vivimos
2.700 años después que se dio esta profecía y 1.983 años después
de su cumplimiento, sólo podemos tocar su significado con la punta
de los dedos de nuestro intelecto y nuestra emociones.
Cuando
estudiamos la encarnación no podemos menos que exclamar: “¡Oh
Dios, es imposible comprenderla; es demasiado grande, demasiado
alumbradora!”
Si el hombre no
puede comprende la grandeza de tu universo “¡ Que sera de tu
existencia y de tu gloria!” El hombre imperfecto nunca podrá
comprender el amor de un Dios grande y misericordioso, que dio todo
lo que amaba, lo dio por amor al hombre.
Es por este medio como Dios
quiere que comprendamos el amor de Dios por medio de la encarnación
de Cristo. Para la gran mayoría de hombre y mujeres es una locura,
no llegan a entenderlo, es por eso que rechazan a Cristo como su
salvador personal. Toda la humanidad debiera reconocer que “un niño
nos es nacido”.
El hogar, la relación que existe entre padre e
hijo, debiera recordarnos constantemente la encarnación de Cristo.
Estudiar el tema de
la humanidad de Cristo siempre debiera infundirnos pensamientos
frescos y nuevas revelaciones de amor del Señor.
“Dios envió a su
hijo, nacido de mujer” (Gal. 4:4) Para el que no es creyente esto
es imposible, sobre todo para los 1.700 millones que no cree en
Cristo. Cierto. Nuestra mente son demasiado limitadas; lo mejor que
podemos hacer es aceptarlo, y estudiar el libro sagrado (La Biblia)
ya que en ella se encuentra la información sobre este hecho.
Por
supuesto, nosotros, como pecadores, hubiéramos esperado que el Señor
irrumpiera en el escenario de la historia como un un adulto
plenamente desarrollado. Pero no fue así pues apareció como un
bebé indefenso, expuesto a las enfermedades y al dolor.
Es por este
concepto que lo Judíos y Árabes no lo entienden es locura para
ellos, y redención para los que le creen. Echemos mano de todo
nuestro arsenal de adjetivos, humildad, sumisión, abnegación,
resignación, mortificación, degradación, tratemos de expresarlos
todos juntos y ni aún así vamos a comenzar a describir lo que hizo
tu Dios y mi Dios, por ti y por mi.
El corazón del ser
humano no puede hacer otra cosa que ablandarse y las mentes deben de
llenarse de reverencia y de temor y temblor a contemplar el camino
descendente que recorrió Cristo para llegar hasta el hombre caído
por el pecado.
La mano de Dios el misericordioso, él clemente, lento en airarse, y grande en amor, hoy te llama a ti, y a mi.
La pregunta es:
¿responderás tú a su llamado?
En el día del juicio me lo dirás.
En el día del juicio me lo dirás.
Maranata
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La
Biblia a través del tiempo
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venida apocalíptica
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