lunes, 23 de marzo de 2020

LA GAN PERLA NEGRA.

También el reino de los cielos es semejante al hombre tratante, que busca buenas perlas; que hallando una preciosa perla, fue y vendió todo lo que tenía, y la compró. Mat. 13:45-46
Los que han viajado por el Oriente, y por el Sahara Occidental, se encontraran con muchos comerciantes. Que venden de todo, incluso las autoridades desconocen el material que vende a escondidas de la ley.

En los pueblos “ciudad” se comerciaba con oro, y piedras de gran valor. El trueque no esta permitido, por lo que hay que tener divisas para comerciar. 

Son astutos y sagaces, y siempre te mienten, hay que tener mucho cuidado. 

Con esta perspectiva el hombre de quien Jesus habla, era un gran comerciante, sabía cuando un producto era bueno y podía sacar rentabilidad de ello. 

Hay perlas blancas y negras, una perla negra en el mercado vale mucho, siempre que tenga el tamaño requerido. 

Cuanto más rara es la perla, como las perlas de Persia, que tienen forma de pera, los coleccionista pagan precios desorbitados por una de ellas. 

Tanto la parábola del tesoro escondido ilustra el caso de los que encuentran la verdad sin haber pensado en buscarla, mientras que la parábola de la perla de gran precio representa a los que ansiosamente han deseado hallar la verdad. (PVGM 87).

Este mercader era conocedor de perlas y se proponía comerciar con las mejores perlas. Así como este mercader hay muchas personas en la cristiandad que se da cuenta que les falta algo y buscan anhelantes la satisfacción de su inquietud espirituales.

Se cuenta la historia de una mujer Romana del final o principio del I o II siglo de la era cristiana. Esta mujer llamada Cornelia, de profesión matrona, recibió la visita de una Noble romana de la casa de los Patricios. 

Esta noble señora insistió que le enseñara sus joyas mas preciosas. Cornelia salió del salón y se dirigió al interior de su casa. 

Al rato volvió, rodeada en sus brazos a dos muchachos de robusta apariencia. Y le dijo: “Estas son mis joyas más preciosas”, dijo ella. 

Nada hay de mayor valor que Cristo y nada debiera buscarse con mayor diligencia. 

A la vista del cielo nada hay de mayor valor que el afecto y la piedad de los seres creados del todo el universo. 

Aun cuando el hombre había caído en el pecado era de tanto valor a la vista del cielo, que Dios dio a su Hijo para buscarlo y restaurarlo al favor divino, y junto con este regalo le proporciono los ilimitados recursos de la providencia.
MARANATA.
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