viernes, 15 de julio de 2016

MANOS TALADRADAS


Mirad mis manos y mis pies, que yo mismo soy; palpad, y ved; porque un espíritu no tiene carne ni huesos, como veis que yo tengo. Luc 24:39
En un estado donde Roma imperaba y los sacerdotes buscaban a los nuevos cristianos para matarlos, los discípulos temían por sus vidas. Jesús había sido juzgado y condenado, temían que la turba los buscaran y los matasen. 

Buscaron refugio en el aposento alto. En aquel domingo de noche, osea lunes pues había había sido la puesta de sol. Jesús apareció en medio de ellos y comprobaron su resurrección. Jesús les pidió que le tocasen. Quería que estuvieran seguros de que era un ser viviente y real, y no algún espíritu. 

Jesús ofreció tres clases de evidencias sensorial para convencer a sus discípulos que era un ser real, y no abstracto. La vista, el oído y el tacto para asegurarles que era un ser real, y no era un espíritu. Podemos comenzar cada día en la presencia de Jesús. Cuando nos arrodillamos y oramos podemos sentir su presencia. 

Por medio de su Espíritu podemos oír su voz diciendo: “Este es el camino andad por él”. Contemplamos sus manos y sus pies cuando vemos a sus siervos cumpliendo su deber llevando las buenas nuevas a todo los hombres.

Podemos mirar sus manos y sus pies cuando vemos a su pueblo cuidando de los necesitados, ministrando a los enfermos, confortando a los afligidos.  ¿Qué ocurre cuando los sinceros de corazón contemplan las manos y los pies de Jesús? El espíritu de Dios conmueve su corazón y ellos también llegan ser sus manos y sus pies. 

Una señorita de diecisiete años, de una zona montañosa de Asia. Se había entregado a Jesus en unas conferencias celebrada en su aldea. Su padre le prohibió ir. Sin atender a sus amenazas continuó asistiendo, y cuando le fue presentada la verdad del sábado, y las de las imágenes, comenzó a guardar el sábado y la ley de Dios. 

Pasado un tiempo llegó el ultimátum de su padre para que dejara de guardar la ley y el Sábado o abandonaría el hogar. La señorita oro fervorosamente por sus amados, pero no podía abandonar la verdad que había conocido ni su fe en Jesús. 

Con el corazón quebrantado fue echada de su casa. Halló refugió con un amigo creyente, y luego fue a la escuela de la misión. Si, había visto las manos y los pies de Jesús, y es ahora su mensajera. Tú y yo hemos visto muchas veces las manos y los pies de Jesús. No le abandonemos por las cosa del mundo, él esta a las puerta “Cristo viene ya” Amen. 
Maranata
Luis José de Madariaga.
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