viernes, 25 de febrero de 2011

COOPERACIÓN CON EL CIELO.

Ocupaos en vuestra salvación con temor y temblor, porque Dios es el que en vosotros produce así el querer como el hacer, por su buena voluntad. Fil. 2:12 úp.

El hombre, en la obra de salvar almas, depende plenamente de Dios. Por sí mismo, no puede dar un solo paso hacia Cristo a menos que lo atraiga el Espíritu de Dios, y esa atracción es permanente y continuará hasta que el hombre afrente al Espíritu Santo por su rechazo persistente. . .

Constantemente el Espíritu está mostrando al alma las cosas de
Dios, y entonces una Presencia divina parece cernirse cerca del alma, y si responde la mente, se se abre la puerta del corazón, Jesús morfa con el agente humano. . .

El Espíritu de Dios no tiene el propósito de hacer nuestra parte, ya sea en el querer o en el hacer. . . Tan pronto como inclinamos nuestra voluntad para que armonice con la voluntad de Dios, la gracia de Cristo está lista para cooperar con el instrumento humano; pero no será el sustituto que haga nuestra obra independientemente de nuestra resolución y de nuestra acción decidida.

Por lo tanto no es la abundancia de luz ni de una evidencia acumulada sobre otra lo que convertirá el alma. Es tan sólo el agente humano
que acepta la luz, que despierta las energías de la voluntad, comprendiendo y reconociendo que lo que sabe es justicia y verdad, y que cooperar así con los agentes celestiales establecidos por Dios para la salvación del alma. . .

No obedezcáis la voz del engañador, que está en armonía con la voluntad no santificada, sino obedecer el impulso que Dios ha dado. . . Todo está en juego. ¿Cooperará en "el querer com el
hacer" el agente humano con el divino?

Si el hombre coloca su voluntad del lado de Dios, rindiendo plenamente el yo a la voluntad de Dios, el elevado y santo esfuerzo del agente humano derriba la obstrucción que él mismo ha erigido, los escombros son barridos de la puerta del corazón, se quebranta la oposición obstinada que obstruye el alma.
Se abra la puerta del corazón, y entra Jesús para morar como un huésped bienvenido (Carta 135, 1898).

W. G.

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