Así pues no sois ya más
extranjeros y transeúntes, sino conciudadanos de los santos, y
miembros de la familia de Dios. Efesios 2:19 V
Primer punto de vista. Regular
mente los extranjeros no tienen derechos, ya que procedían de otros
país.
Pero muchos de nosotros somos extranjeros en nuestro propio
país, cuando somos discriminados por nuestras ideas o por nuestra
manera de vestir. En alguna manera somos (Gr. pároikos) porque
vivimos en un país que no es el nuestro. No tenemos derechos a nada
y menos a la ciudadania.
Segundo punto de vista. Si somos gentiles y
aceptamos a Cristo tenemos derecho a todos los privilegios de la
ciudadania del Israel celestial.
Porque formamos parte del cuerpo de
la iglesia del Israel espiritual. Es decir, miembros de la familia, a
quienes corresponde los privilegios de protección, sustento y
confraternidad (Gal. 6:10).
Dios es el Rey de los ciudadanos y Padre
de la familia. Pues la sangres de Cristo fue derramada por ti y por
mí.
Tercer punto. “Una persona o personas pueden ser un buen
cristiano sin ir a la iglesia” es lo que dicen algunos, porque
observan que a menudo personas muy buenas nunca traspasan el umbral
de la iglesia.
Nadie es bueno sino Dios. Mientras que otras bastante
a menudo se ven implicados en asistir a ella.
No obstante, este
veredicto es muy superficial, porque ningún hombre o mujer puede ser
un cristiano radiante sin experimentar una nueva renovación de
espíritu y mente, ya que el cristiano no puede avanzar sin la unidad
de la iglesia.
Muchos hombres y mujeres pueden intentar ser
cristianos fuera de la iglesia, o con un pie dentro y otro fuera,
teniendo una vaga idea de los requerimientos de un Dios bondadoso.
Pueden tener conceptos más o menos correctos de la vida decente.
Pero con todo este conocimiento se ven aislados de la gracia divina.
Dios constituyo la iglesia, le dio unos mandamientos para que fueran
guardados, y no para que fuesen violados constantemente.
Pero cuando
un hombre muere el espíritu de este culto en conjunto, y se siente
tan bueno que no necesita a otros, ya sea para recibir o prestar
ayuda, entonces pronto comenzará a adorarse a sí mismo o a alguna
imagen de talla en vez de al Creador.
“La familia de Dios” es
necesaria para cumplir con el destino de Dios sobre la tierra. Esto
se puede lograr con la unidad de la iglesia, y la gran obra del
Espíritu Santo, que transforma los corazones.
La iglesia es la
comunión de los santos y es el lugar al cual podemos volvernos para
obtener la curación y la ciudadanía.
Allí encontramos esperanza y salvación porque pertenecemos a la comunidad celestial.
Allí encontramos esperanza y salvación porque pertenecemos a la comunidad celestial.
MARANATA.
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