miércoles, 14 de agosto de 2024

TRODAS LAS CAUSA SON VANAS.

Ni estaré más con vosotros, si no destruyereis el anatema de en medio de vosotros. Jos. 7:12, úp.

El pecado de un hombre causo la derrota de Israel ante el enemigo. Se necesita algo más que oración. Debían levantarse y purificar el campamento de Israel (Manuscrito 12, 1893, pág., 2). 

¿Habéis considerado por qué todo los que estaban relacionados con Acán también recibieron el castigo de Dios? 

Porque no habían sido disciplinados y educados según las instrucciones dadas en la gran norma de la ley de Dios. 

Los padres de Acán habían educado a su hijo de tal forma que éste se sentía libre de desobedecer la palabra del Señor; 

los principios que le habían inculcado en su vida lo llevaron a tratar a sus hijos en un forma tal que ellos también estaban corrompidos. . . 

El castigo. . . revela el hecho de que todos estaban implicados en la transgresión (SDA Comentario Bíblico, tomo 2, pág. 998). 

La historia de Acán enseña la solemne lección de que por el pecado de un hombre, el desagrado de Dios recaerá sobre un pueblo o una nación hasta que la transgresión sea descubierta y castigada. 

El pecado es corrupto por naturaleza. Un hombre infectado de esa lepra mortal puede transmitir la mancha a miles. 

Los que ocupan posiciones de responsabilidad como guardianes del pueblo, traicionan la confianza depositada en ellos si no son fieles en buscar, descubrir y reprender el pecado. . . 

El amor de Dios nunca inducirá a disminuir la importancia del pecado; nunca cubrirá o excusara un mal no confesado. . .

La ley de Dios tiene que ver con todos nuestros actos, pensamientos y sentimientos. 

Nos sigue, y penetra hasta llegar al motivo secreto que impulsa cada uno de nuestros actos. 

A causa de la complacencia en el pecado, los hombres son llevados a considerar livianamente la ley de Dios. 

Muchos ocultan sus transgresiones de la vista de sus semejantes, y se hacen ilusión de que Dios no será estricto en señalar la iniquidad. 

La pureza del corazón conducirá a la pureza de la vida. Todas las excusas para el pecado son vanas. ¿Quién puede defender al pecado cuando Dios testifica contra el? (Id., pág. 996, 997).

MARANATA.

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