Porque la palabra de Dios es viva y eficaz, y más cortante que toda espada de doble filo; y penetra hasta partir el alma y el espíritu, las coyunturas y los tuétanos, y discierne los pensamientos y las intenciones del corazón. Hebreos 4:12.
A lo largo de la historia de los hombres, se podría nombrar a grandes reyes de la tierra, como Carlos V y su persecución contra la Biblia y contra Lutero.
Pero hoy quiero centrarme en un rey niño, que supo poner la palabra de Dios en primer lugar.
Enrique VIII. Nació en 1537, y falleció 1553, cuando todavía no tenía 16 año.
Cuando fue coronado en la Abadía de Westminster el 20 de febrero de 1547, delante de su carroza tres nobles llevaban tres espadas, y el joven le preguntó cuál era su significado.
El noble que le acompañaba le dijo que esas espadas representaba los tres reinos unido bajo una corona, exclamó: “¡Falta una: La Biblia, la espada del Espíritu!”
Ordenó que se trajera la Biblia que había en la abadía, y que fuera delante de las espadas, ya que las espadas representan los reinos terrenales, y la Biblia el reino Espiritual.
Desde entonces cuando un rey es coronado en Inglaterra la Biblia va siempre delante.
Cuando la Palabra de Dios recibe la preeminencia que merece y se la estudia con reverencia, la luz que hay en ella cautiva a los corazones.
La palabra que fue anunciada en el antiguo Israel, es la misma que fue anunciada por Pablo y los apóstoles. Nos invita a entrar en el “reposo” de Dios.
Es el mensaje de las “buenas nuevas”. Se necesita una fuerza viviente y activa para crear en el hombre y mujeres un corazón nuevo y renovar un espíritu recto dentro del hombre.
Siempre que los hombres de una nación le han dado a la Biblia el lugar que merece, esa nación ha prosperado espiritualmente y materialmente.
La “palabra” de Dios es viva, y imparte vida, y se convierte en una fuerza viviente y activa que crea en nosotros un corazón y renueva nuestro espíritu (Sal. 51:10).
Cada creyente que cree en la Biblia y la práctica con corazón sincero, el Espíritu Santo obra en el una transformación.
Mediante una respuesta favorable a la impresión hecha en la conciencia por el Espíritu Santo, el sincero hijo de Dios evitar caer en “desobediencia”,abandona sus propias “obras” y entra en el “reposo” de Dios (ver.6, 10-11; cf.cap. 3:10,12).
Como una espada cortante que separa “coyunturas” y “tuétanos”, los claros principios de la “palabra de Dios” discierne entre lo bueno y lo malo pensamientos, entre motivos correctos e incorrectos.
La obra del Espíritu Santo es transformar al hombre a la imagen de Dios.
MARANATA.
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