domingo, 26 de enero de 2020

EL DESAFIÓ A JESÚS.


Pedro le dijo: no me lavaras los pies jamás. Jesús le respondió: si no te lavare, no tendrás parte conmigo. 
Le dijo Simón Pedro: Señor, no sólo mis pies, sino también las manos y la cabeza. Juan 13:8-9.
Una de las peores cosas de la humanidad es el orgullo y la presunción. Y todos tenemos un poco de ello. 

Pedro poseía estados cualidades, la negativa de esos violentos estallidos era una característica de su forma de hablar (ver.6). 

Sus palabras reflejaban confianza propia y no una humilde sumisión a Cristo. Muy a menudo nosotros los cristianos somos como Pedro. 

No nos gusta que nos enseñen, y estamos dispuestos a hacer nuestra voluntad. No espero Pedro a saber lo que Jesús le iba a enseñar. 

Pedro daba un sentido total a cada palabra cuando afirmaba “No me lavarás los pies”. 

En vista del significado simbólico de lo que Jesús estaba haciendo, sólo así Pedro podría tener parte con Cristo (ver 12, 15).

Unos de los factores del espíritu independientes y la altivez de Pedro no concordaba con el carácter de los que disfrutaban una comunión espiritual con su Señor. 

Esto mismo nos pasa a los hijos de Dios, no damos tiempo a que Jesús nos enseñe, y vamos por el mundo, como vamos. La respuesta de Jesús a Pedro tenía un propósito. 

Deseaba que el discípulo comprendiese que su salvación dependía de lo que hiciera por Jesús, sino de lo que Jesús hiciera por él. 

Cuando Pedro entendió esta verdad, su desafío se derritió al instante. Desde entonces los cristianos profesos han repetido el error de anhelar una religión hecha por uno mismo. 

Pero sólo unos pocos han emulado el completo cambio de actitud de Pedro. Pocos han reconocido totalmente que la fe por la que se lavan los hombres es la aceptación del poder purificador de la gracia divina. 

¿Cómo obra esto en la vida del creyente? La conversión no es de un día para otro. Y muchos cristianos que espera la venida de Cristo se pregunta: “¿Que puedo hacer para recomendarme ante Dios?” 

Todo lo que hago no me llena el corazón, y siento un vacío en mi vida que no puedo explicar. Lo que el cristiano hace es depender de el, en vez de depender de lo que Dios hace por ti. 

Su celo ha hecho que se debilite la oración y la meditación. Que es la base del verdadero cristiano. 

Dejemos que Cristo nos limpie nuestro inmundo corazón y aparte todo perjuicio de nuestro arrogante corazón. 

Cuando veamos la luz en el camino, sabremos que estamos a su lado y nada cambiara nuestra trayectoria hacía el trono de la gracia. 
Los ángeles están obrando en nuestro favor, cuando ven que dependemos de la gracia divina para nuestra salvación.

MARANATA.
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