sábado, 12 de marzo de 2011

GOZO EN LA OBEDIENCIA.

He deseado tal salvación, oh Jehová, y tu ley es mi delicia. Salmos 119: 174

El verdadero cristiano jamás se queja de que el yugo de Cristo le produce escozor en el cuello. Considera que servir al
Maestro constituye la más genuina libertad. La Ley de Dios es su delicia. En lugar de procurar rebajar la norma de los mandamientos divinos para acomodarla a su propias deficiencias, se esfuerzan constantemente por elevar su nivel de perfección.

Esta debe ser nuestra exigencia si queremos estar preparados para el día de Dios. Ahora mientras dura el tiempo de prueba
y aún se oye la voz de la misericordia, debemos abandonar nuestro pecado...

Dios ha hecho amplia provisión para que podamos estar en pie, perfectos, mediante su gracia, para que nada nos falte mientras esperamos la aparición de nuestro Señor. ¿estáis listos? ¿estamos todos comprometidos? ¿Os habéis puesto el vestido de boda? Ese vestido jamas cubrirá el engaño, la impureza, la
corrupción o la hipocresía. El ojo de Dios esta sobre vosotros.

Discierne los pensamientos y las intenciones del corazón. Podemos esc
onder nuestros pecados de los ojos de los hombres, pero no podemos ocultarle nada a nuestro Hacedor. Ni siquiera a su propio Hijo libró Dios, sino que lo entregó para que muriese por nuestras culpas y lo resucitó para nuestra justificación.

Por medio de Cristo podemos presentar nuestras peticiones ante el trono de la gracia. Por su intermedio podemos, a pesar de nuestra indignidad, obtener toda las bendiciones espirituales. ¿Iremos a él, para que tengamos vida?

La voluntad de Dios se expresa en los preceptos de su sagrada ley, y los principios de esta ley son los principios del cielo. Los ángeles que allí residen no alcanzan conocimiento más alto que el saber la voluntad de Dios, y el hacer esa voluntad es el servicio más alto en que puedan ocupar sus facultades.

En el cielo no se sirve con espíritu legalista. Cuando Satanás se reveló contra la ley de Jehová, la nación de que había una ley sorprendió a los ángeles casi como algo en que no habían soñado antes.

En su ministerio, los ángeles no son como siervos, sino como hijos. Hay perfecta unidad entre ellos y su Creador. La obediencia no es trabajo penoso para ellos. El amor a Dios hace de su servicio un gozo.



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