jueves, 3 de marzo de 2011

EL PREMIO DE LA VICTORIA.

He peleado la buena batalla, he acabado la carrera, he guardado la fe. Por lo demás, me está reservada la corona de justicia, la cual me dará el Señor, Juez justo, en aquel día; y no solo a mí, sino también a todos los que aman su venida. 2 Timoteo. 4: 7,8.

En 1969 visité la prisión Mamertina en la ciudad de Roma. Por esa época era un joven de 20 años, lleno de conflictos espiritu
ales, y la experiencia fue un de las más emocionantes de mi vida. Cerré los ojos e imaginé al anciano Pablo, ya cansado, escribiendo la epístola al joven Timoteo. Su carta contiene palabras de fe y esperanza.

Es una declaración de un anciano victorioso. "No tengo miedo de la muerte", decía. "Estoy listo para partir, pero cumplí todo lo que tenía que cumplir. Vencí, y ahora sólo espero la corona de victoria".

¿Podría imaginarte que ese anciano victorioso era el mismo hombre que escribió Romanos 7, donde expreso un grito de desesperación: "¡Miserable de mí! ¿Quien me librará de este cuerpo de muerte?"(verso 24)?
¿Dónde estaba el conflicto de querer servir a Dios y no poder? ¿Dónde había quedado las buenas intenciones y las promesas no cumplidas? Todo eso era nada más que un triste pasado.

Ahora, al fin de sus días, aguardaba la muerte sin temor, seguro de la victoria eterna.

Mis amados, quedo emocionado cada vez que pienso en estas últimas declaración de Pablo. ¿Quiere decir que a pesar de que hoy existen conflictos y de las luchas interiores que hoy experimentamos, a pesar de que hoy tal vez "este en mí el querer, pero no el efectuarlo", a pesar de todo eso, yo también puedo ser un victorioso en Cristo? Es exactamente es lo que Pablo está queriendo decir cuando añade: "Y no sólo a mí, sino también a todos los que aman su venida" (2 Timoteo 4:8).

En ese grupo, con toda seguridad, estás incluido. Hoy puedes llegar a ser victorioso
en Cristo. Esa es la promesa de Dios.
Al salir esta mañana para las actividades del día, lleva en tu mente esta promesa. Apodérate de ella con fe.

No andes turbado por los errores de ayer. hoy es un nuevo día, y todo el poder de los cielos está a tu disposición. Olvidando todo lo que queda atrás, proyéctate hacia delante, al premio de la soberana vocación de Cristo.
A. B.

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