lunes, 23 de agosto de 2021

UNA DEUDA PENDIENTE.

Por tanto, nosotros también, teniendo en derredor nuestro tan grande nube de testigos, despojémonos de todo peso y del pecado que nos asedia, y corramos con paciencia la carrera que tenemos por delante. Heb. 12:1

Los versos 1-2 de este capítulo constituye la conclusión de cap. 11. Donde quiera que miremos en la historia bíblica y aun en la histeria humana encontraremos a hombres y mujeres llenos de fe y fidelidad y ver como obstáculos tras obstáculos vencieron por la fe en Jesús. 

La “huestes de testigos” es tan inmensa que no se puede contar. Por citar algunos: Abel, Enoc, Abraham, Isaac, Jacob, José, David, y miles de testigos que murieron a manos de los inquisidores en Europa. 

Su sangre derramada testifica ante nosotros hoy. Los testigos mencionados son héroes de la fe que se menciona en el cap. 11. cada uno de los cuales, a pesar de desventajas y obstáculos de todas las clases, terminaron su carrera con gozo. 

¿Que nos puede transmitir estos santos a las futuras generaciones de cristianos? 

Todos ellos y nosotros servimos al mismo Dios. ¿Pero cuál es la diferencia entre ellos y nosotros? ¡La tibieza! 

No se habla de conocimiento, se está hablando de dejadez, tibieza, arrogancia, “somos ricos en conocimiento, pero pobres en la fe” (Apc. 3:14-22). 

El ensalzamiento propio es un elemento peligroso. Mancha todo lo que toca. 

Es el vástago del orgullo, y procede tan hábilmente que, a menos que se esté en guardia contra él, se posicionará de los pensamientos y regirá las acciones. (RH.25-9-1900). 

Es por eso que el testimonio de nuestros antecesores, es un ejemplo o debería de ser un ejemplo para nosotros hay día. 

La única herencia que recibí de mi padre fueron su cuadros, en ellos se expresa el amor por la naturaleza. 

Muchos de ellos, fueron pintados después de su bautismo. El legado no fue sus cuadros sino la fe en Jesús, ese fue el testimonio que me dejo. 

Así, es el testimonio que nos dejaron nuestros padre en la fe. No se puede vivir de rentas, pero es un ejemplo para nosotros hoy día. 

Ello lucharon su batalla, nosotros tenemos que luchar con la nuestra. 


Cada cristiano tiene un pecado que le asedia, alguna tendencia al mal que amenaza con impedir que corramos la carrera 

cristiana y cuando nos aferramos a Cristo ganamos la carrera a esa tendencia al mal, pero otro ocupa su lugar y trata de dominarlo. 

Todos participamos en esta batalla dura y agonizante, pero esta batalla que se está peleando durante siglos, se ganará. Si “tú y yo” damos cabida al Espíritu Santo en nuestros corazones, la victoria está asegurada. 

En esto radica el desafío de nuestro texto de hoy. En vista de la fidelidad de los que vivieron antes de nosotros, “despojémonos de todo peso y del pecado que nos asedia, y corramos con paciencia la carrera que tenemos por delante”.

MARANATA.

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