miércoles, 2 de noviembre de 2016

VIVIFICADO POR EL ESPÍRITU


Y si el Espíritu de aquel que levanto de los muertos a Jesús mora en vosotros, el que levantó de los muertos a Cristo Jesús vivificará también vuestros cuerpos mortales por su Espíritu que mora en vosotros. Rom. 8:
Se cuenta una historia conmovedora acerca de un cuadro de Cristo. No se sabe quién lo pintó, pero eso no importa. Lo que vales es el cuadro. Fue exhibido en una pequeña localidad en medio del campo. 

 Los ojos de Cristo estaban llenos de piedad infinita mientras contemplaban al observador. La habitación en la cual estaba expuesto el cuadro era oscura, y sólo el cuadro estaba iluminado. Muchos se habían reunido para mirarlo, y había un intenso silencio. 

Mientra estaba allí, un hombre que estaba en la primera fila, olvidado de todo lo que lo rodeaba, tan absorto estaba en el cuadro, se susurró audiblemente a sí mismo mientras contemplaba el rostro de Cristo: “Yo lo amo”. 

Alguien que estaba a su lado oyó el susurro y, profundamente conmovido, dijo: “Yo también lo amo”. Rápidamente las palabras pasaron de una persona a otra hasta que cada corazón quedo conmovido por una extraña emoción. 

¿Quién sino Cristo pudo haber inspirado un amor como ése? ¿Por qué los que miraban sintieron ese impulso de expresar su amor por el Salvador? Ellos estaban vivos en Cristo. El Espíritu que levantó a Jesús de los muertos vivían en sus corazones. Ellos habían estado muertos en el pecado, pero fueron vivificados por el Espíritu. 

Cuando el amor de Jesús mora en el corazón, no hay lugar para ninguna otra cosa. Mientras Cristo pendía de la cruz, aunque sus ojos estaban llenos de dolor, también estaba lleno de amor. 

Mientras el centurión contemplaba a Jesús debe haber visto esa muerte producida por el odio. 

Al mirar ahora la muerte producida por el amor, dijo: “Verdaderamente este hombre era Hijo de Dios” (Mat. 15:39). Se nos dice que “Cristo está retratándose en cada discípulo” (DTG. p.767). 
Este retrato sólo puede estar en nuestros corazón si mora allí el amor de Dios. 

Al mirar a nuestros semejantes en nuestros ojos, ¿ven brillar en ellos el amor de Cristo? ¿Ven que hemos sido vivificados por su Espíritu? 

Por nuestras acciones, y nuestro ejemplo ¿suscitamos en el corazón de nuestros semejantes un anhelo de ser vivificados, hechos vivos, en Cristo? 
Maranata
Luis José de Madariaga.
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