domingo, 16 de febrero de 2020

EL ORGULLO DEL HOMBRE SUBE AL CIELO.

Y dijeron: edifiquemos una ciudad y una torre, cuya cúspide llegue al cielo; y hagámonos un nombre, por si fuéremos esparcidos sobre la faz de la tierra. Génesis 11:4.
A través de la historia del hombre, el ser humano a escrito su propia historia. Ha habido hombre temerosos de Dios, que han llevado a su pueblo a través de sus años ha depender de Dios. 

Otros con orgullo y arrogancia, han llevado a sus reinos a una decadencia moral. Se dice, que la historia se ha escrito con sangre y lagrimas. 

Desde la muerte de Abel, hasta nuestros días, el hombre sólo desea ser más poderoso que los de más. Si bien el hombre siente nostalgia por el país y su libertad, la fuente real de su cultura es su país. 

El mundo se ha vuelto hacía abajo, en vez de vivir en el campo, prefieren vivir en las grandes ciudades. 

Así vemos que desde la década de los ochenta, hasta la nuestra la ciudades han aumentado, una ciudad como Tokio 39,4 millones; Canton (china) 32.5 millones; Deli (India) 25.3 millones etc. 

Este porcentaje va en aumento cada año. En Europa como Paris, Roma, Berlín o Madrid; el numero va aumentando. La pregunta que debemos hacernos es: 

¿Qué significa la ciudad para la iglesia? Cuando estudiamos las iglesias del N.T. Todas ellas estaban en las ciudades. Pablo cuando escribe a las iglesias de Éfeso, Tesalónica, Tiatira, Laodicea. 

Todas ellas estaban en ciudades. Pablo escribe a las siete iglesias del Apocalipsis, las cuales estaban situadas en siete ciudades. 

La misión del pueblo de Dios es llevar el evangelio a las ciudades, desde Jerusalén hasta finisterre, desde la patagonia hasta Alaska, y desde Marruecos Africa y hasta Asia. 

No importa cómo lo hagas, sino como se hace. La iglesia ha de ser luz para el mundo, un mundo que esta contaminado y corrompido por la depravación moral y religiosa. 

La vida de Cristo era una vida llena con un mensaje divino del amor de Dios, y él ansiaba intensamente impartir este amor a otros en una rica medida. 

Su semblante resplandecía de compasión, y su conducta se caracterizaba por la gracia, la humildad, la verdad y el amor. 

Cada miembro de su iglesia militante debe manifestar las mismas virtudes, si quiere unirse a la iglesia triunfante. (E.V.D. p.63). 

La iglesia urbana no ha de ser una célula, indiferente al medio e interesada sólo en si misma. 

Los miembros deben reflejar a Cristo en sus actividades y en su relación con la gente de la gran ciudad. 

La iglesia es la luz que alumbra a la ciudad, si esa luz se apaga, la oscuridad y las tinieblas serán sobre ella. Y tú como centinela serás condenado a las tinieblas.
MARANATA.
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