jueves, 6 de octubre de 2016

CUANDO EL ESPÍRITU NOS GUÍA.


Pero si sois guiados por el Espíritu, no estáis bajo la ley.
Gal. 5:18.
Hace varios años en una revista muy difundida apareció la historia de un anuncio que había salido en un diario de Chicago, que rezaba “recompensa de 5.000 dólares por los que mataron al oficial Lundy el 9 de diciembre de 1932. 

Llamar al teléfono. 1758 de 12 a 19”. Pensando en la posibilidad de una crónica, el director de la revista envió a un reportero, antiguo investigador, para ver quién había puesto el anuncio en el diario. 

El anuncio había sido puesto por una mujer cuyo hijo había sido sentenciado a 99 años de cárcel por matar al dicho oficial. La madre creía que su hijo era inocente. Sólo un testigo lo había identificado. 

Hubo varios testigos que afirmaron que José no podía ser culpado, pero sus declaraciones no fueron tenidas en cuenta. En Europa la ley no es así. Doce años después, aparecía el anuncio en el periódico. 

Como la madre de José vivía en un barrio pobre y su marido ganaba un sueldo reducido, el reportero le preguntó de dónde había sacado los 5.000 dólares. 
La mujer de origen extranjero, contestó: “durante once años he estado fregando pisos de oficinas en el centro de la ciudad por la noche, desde que mi hijo José se ha ido” Cada centavo, cada dólar iba a ser usado para la recompensa. 

El diario que publico el anuncio decidió investigar más el asunto y no ahorró esfuerzos. Entrevistaron a testigos y al jurado. Hallaron documentos que presuntamente no habían sido investigados o habían sido ignorados en el juicio. 
Todo por ser un extranjero. 

La perseverancia dio su resultado, se reabrió el juicio y se confirmo que Jose era inocente de los cargos. Fue puesto en libertad en 1945. ¿No ara justicia Dios cuando venga? 

¡Si! Reconocemos que José estaba bajo la ley civil, la ley del país, mientras que Pablo está hablando de las leyes ceremoniales que habían sido obligatorias para los hijos de Israel durante tantos siglos. Sin embargo el principio es el mismo. 

Mientras estaba bajo la ley, José tuvo que estar en la prisión, privado de la libertad, encerrado entre barrotes y paredes. Las leyes ceremoniales ataban a los judíos y eran tan restrictiva como las paredes de la cárcel. 
 Cuando Cristo murió en la cruz las leyes ceremoniales fueron abolidas, y es en este punto que las demás religiones no lo entienden. 

Pablo escribió: “Porque la ley del Espíritu de vida en Cristo Jesús me ha liberado de la ley del pecado y de la muerte” (Rom. 8:2). 
Así como somos libres de las ceremonias, somos liberados del castigo por haber traspasado la ley moral cuando nos rendimos al Espíritu del Dios viviente.
Maranata
Luis José de Madariaga.
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