jueves, 12 de enero de 2012

LA HERENCIA INMORTAL PARA EL CREYENTE.

Dando gracias al Padre que nos hizo aptos para participar de la herencia de los santos en luz. (Col. 1: 12).

El rescate ha sido pagado. Todos pueden acercarse a Dios y obtener la eternidad mediante una vida de obediencia. Cuán triste es, entonces, que el hombre se aparte de la herencia inmortal y viva para satisfacer el orgullo, el egoísmo y el afán de ostentación, y. . . pierda la bendición que podría recibir en esta vida y en la venidera.

[Los hombres] podrían entrar en los palacios celestiales y alternar con libertad y en igualdad de condiciones con Cristo, los ángeles celestiales y los príncipes de Dios. Y aun así, por increíble que parezca, rechazan los atractivos celestiales. (foto. La ciudad que perdieron los hombres).

El Creador de todos los mundos se propone amar a los que creen que su Hijo unigénito es su Salvador personal así como ama a su Hijo. Aun aquí y ahora nos concede en grado máximo su gracia y su favor.

Ha dado a los hombres el don de la Luz y la Majestad del cielo, y con él les ha concedido todos los tesoros celestiales. Por mucho que sea lo que nos ha prometido para la vida venidera, también en esta vida nos concede magníficos dones, y como objetos de su gracia, permitirá que gocemos de todo lo que ennoblezca, expanda y eleve nuestros caracteres. (foto. J Bates, con la luz de la palabra la Biblia).

Es su propósito prepararnos para las cortes celestiales. Pero Satanás está contendiendo por las almas de los hombres. . . No quiere que tengan una vislumbre del futuro honor y de las glorias eternas preparadas para los que serán habitantes del cielo, ni que prueben la experiencia que les daría un anticipo de la felicidad del cielo. . . (foto. Los pioneros dando gracia a Dios por el conocimiento de su palabra).

Los que aceptan a Cristo como su Salvador personal tienen la promesa de la vida presente y también de la venidera. . . El más humilde discípulo de Cristo puede llegar a ser un habitante del cielo, heredero de Dios, de una herencia incorruptible que jamás se marchitará.

¡Oh, que cada cual se decida a aceptar el don celestial, para que llegue a ser heredero de Dios, de esa herencia cuyo título está fuera del alcance de todo destructor, y que es un mundo sin fin! ¡Oh, no elijáis el mundo; elegid la herencia mejor! Apresuraos y esforzaos para alcanzar la meta que es el premio de vuestra elevada vocación en Cristo Jesús.
G. W.

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