Una de las experiencias más
dolorosas en la vida es tener a su disposición exactamente lo que un
ser amado necesita, pero que éste no nos pide.
Peor todavía es ser
rechazado cuando le ofrecemos gratuitamente el elemento o el
servicio. De cualquier forma, uno se duele más por ello que por uno
mismo, sabiendo que tendrán que arreglárselas sin aquello que
desea. Dios anhela que le pidamos todo lo que necesitamos o deseamos
si es su voluntad.
En las formas más cortés nos hace saber que
está bien capacitado para satisfacernos completamente. Cuando no
pedimos, nos recuerda con tristeza divina que no tenemos,
sencillamente porque no hemos pedido. ¿Jugamos juegos mentales con
nosotros mismos?
¿Hemos llegado a sentir que la invitación de Dios
es más para probar nuestras almas que por las respuestas tangibles
que están disponibles?
¿Sentimos una especie de éxtasis espiritual en “tener fe” mientras “esperamos en el Señor”, aunque realmente no esperamos una respuesta?
¿Sentimos una especie de éxtasis espiritual en “tener fe” mientras “esperamos en el Señor”, aunque realmente no esperamos una respuesta?
Esta clase de experiencia
atribuye más valor a la prueba por sí misma que a la persona
probada. Tales conceptos, albergados abiertamente o sólo en lo más
recóndito de un corazón que duda, arrojan una sombra perjudicial
sobre nuestro Padre celestial. ¿Deberíamos esperar respuestas?
¿Por
que nuestro razonable Dios nos jugaría una mala pasada? El es muy
directo. Cuanto más conocemos a Dios, tanto más probable es que
nuestros pedidos estén en armonía con su sabiduría. Y tanto más
podemos estar seguro de que la realidad estará a la altura de las
expectativas.
Creer que Dios nos dará lo que le pidamos puede
hacernos sentir vulnerables. Sólo cuando sabemos que El se deleita
en darnos respuestas tangibles, tales sentimientos pueden ser
reemplazados por una gozosa expectativa.
No hay méritos en el acto
de creer. Nuestra esperanza reside solamente en Aquel en quien
creemos.
Y pedir sin una esperanza real de recibirlo es una burla a Aquel a quien dirigimos nuestros pedidos.
Y pedir sin una esperanza real de recibirlo es una burla a Aquel a quien dirigimos nuestros pedidos.
No pedir es tal vez la
declaración más fuerte que podamos hacer de nuestra duda acerca de
la bondad de Dios y su disposición a tratar con nosotros en forma
realista.
Tal vez Dios desea que lo probemos a El más que lo que El
desea probarnos. Al probar aA Dios, descubriremos que es
absolutamente confiable y maravillosamente práctico. Su amor por el
hombre es infinito.
Maranata.
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