Todos conocemos el libro de Jeremías, se situada a en los últimos días de Judá. Jeremías trató por todos los medios que Judá no cayese en la apostasía.
Su alejamiento de Dios era tan palpable que los juicios de Dios estaba por caer. Pero sus esfuerzos en favor de la nación fueron casi totalmente inútiles.
Fue un profeta fiel y sincero. Su mensaje llega hasta nuestro tiempo para el pueblo de Dios. Jeremías es el profeta más gráfico en sus descripciones contra el pecado de Israel de antaño y el Israel moderno.
No hay creo, en mi humilde opinión mucha diferencia entre ambos pueblos. En este penoso cuadro Israel del AT, no entiende qué su Dios, es su “esperanza” no obra para librarlo de su angustia.
En los momentos más angustioso de su pueblo, Dios pasa de largo siguiendo su camino. Pero el profeta destaca el hecho de que Israel puede hallar esperanza únicamente en el Señor.
Israel necesita urgentemente la ayuda desesperadamente, pero para Jeremías le parece un pueblo que le falta de sabiduría.
La historia a través del tiempo se repite en su pueblo. En el periodo de las siete Iglesias, ocurrió lo mismo a las iglesias que se menciona en el Apocalipsis, acentuando a una iglesia que Dios la alaba.
El pueblo de Dios pasa por una angustia espiritual, cuando realmente tiene poder para salir de ella.
“El problema de Israel es que vagaba mucho por el desierto de las naciones, y le agrada sus normas y por lo tanto, Jehová no se agrada de ellos” (ver. 10).
Cuando el pueblo hace su voluntad, y no la de Dios, las bendiciones no caen sobre sus hijos.
Isaías nos asegura que Dios no es “forastero”, muchas a veces nos olvidamos de su gran misericordia que a tenido a lo largo de los siglos con su pueblo.
El Señor permanece leal a su pueblo a través de los siglos. Cada uno debemos mirar en la cruz, velar más y orar más. Las palabras más tiernas de un Dios de amor nos trasmite seguridad.
No podemos ser atraídos hacia Dios con sus lazos de amor. Pero Dios no fuerza al hombre.
No usa las cuerdas duras ni de anillos de hierro, sino que nos atrae por medios razonables,
ejercitando nuestra inteligencia y despertando nuestros afectos . (Isa, 1:18).
Dios nos atrae de una manera adecuada a la dignidad de nuestra naturaleza, pues fuimos hechos a la imagen de Dios (Gén. 1:26-27).
Cristo vino para atraernos con cuerdas de simpatía y amor. El nos espera con las manos extendidas.
MARANATA.
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