Pablo nos presenta una ilustración para mostrarnos la imperfección del carácter humano ante un espejo.
Cuando nos vemos ante el espejo, nos vemos hermosos/as, solo vemos lo exterior de nuestra imagen. Pero realmente es una visión imperfecta y no podemos ver más allá de nuestro físico.
En unos de mis viajes al desierto entre Argelia y Marruecos, entramos en un pueblo donde se hacía alfombras de gran colorido.
Sus diseños y su geometría eran perfectos, pero si le das la vuelta, ves todos nudos y cortes que se hacen para hacer una buena alfombra.
Sólo vemos la parte hermosa de la alfombra. Se que las comparaciones son odiosas. Cristo ve a su pueblo hermoso, vello y con un gran colorido, no ve los nudos, ni los cortes que se hacen.
Pues el manto de justicia que pone sobre nosotros es hermoso a su vista. Los espejos de la Edad Media y del Califato de los Omeyas, usaban metales muy pulidos para verse el rostro.
Pero no se veía con claridad la imagen de la doncella. Nuestro conocimiento de la verdad eterna ahora es oscuro y confuso en comparación con lo que será el cielo.
Nuestra visión está nublada por la debilidades físicas originadas por el pecado. Todo lo que digamos de la tierra Nueva o de nuestra transformación, tendremos una visión borrosa.
Lo que podemos entender de nuestra visión espiritual: parcial, es limitado, oscura.
Pablo nos dice: “Antes, como será escrito: Ojo no ha visto, ni oído ha escuchado, ni han subido en corazón de hombre, las cosas que Dios ha preparado para los que le aman”.(1 Cor.2:9).
Los hijos de Dios necesitamos esparcirnos en la certeza de la Palabra de Dios, y manteniendo la en nuestro corazón y mente.
Punto tras punto, y día tras día, para que pueda proporcionar gozo al creyente. A través de la oración vemos un poco hoy, y con la meditación y la oración, veremos más mañana.
Así comprenderemos poco a poco las bondades que Dios tiene preparados para sus hijos.Creo con sinceridad, que el conocimiento que tenemos de Dios es parcial, pero el conocimiento que tiene Dios del hombre es completo.
Lo cierto es que no podemos verificar el porqué de nuestras pruebas en esta vida.
Pero veremos los resultados cuando estemos con Jesús.
Los hijos de Dios tienen una promesa: “La vida de los discípulos de Cristo ha de ser como la suya, una serie de victorias ininterrumpidas, no tenidas por tales acá; pero serán reconocidas como tales en el gran más allá” (Obreros Evangélicos,p. 532).
MARANATA.
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