Y dijo: Yo soy Dios, el Dios de tu padre; no temas de descender a Egipto, porque allí yo haré de ti una gran nación Génesis 46:3
El que Dios llamara a Jacob por su nombre en vez de Israel fue para recordarle lo que había sido, ya que había visto reflejado su carácter en sus hijos.
Tenía presente como engaño a su padre y defraudado sus hermano; sus propios hijos le engañaron acerca de José durante 22 años. Este hecho se repite a lo largo de la historia de Israel.
Y a través del tiempo sus descendientes hace lo mismo. Engañamos y somos engañados. Esto es una característica del pueblo de Dios.
Dios se hace la pregunta: ¿hallará fe en la tierra? ¿Trataran de engañarme? Pero a pesar de todas las preguntas que Dios haga, él sabe todas las respuestas.
Es por eso que Dios llama a Jacob por su nombre. Jacob quería ver en sus hijos un carácter noble, pero siempre pensaba en su carácter perverso que él mismo había tenido durante años.
Jacob siente temor cuando Dios le llama por su nombre, quería ver a su hijo José en Egipto. Pero también recordaba las malas consecuencias del viaje de Abrahán a Egipto.
Él sabía la historia de Isaac, como Dios le prohibió ir a Egipto en la prueba que hubo hambre en la tierra (cap. 26:2).
El pueblo de Dios por desgracia estamos viviendo en el Egipto simbólico, tomamos su costumbre y sabemos lo que puede ocurrirnos, pero a pesar de todo ello, nos gusta vivir en Egipto.
Aunque Dios a prueba de que Jacob entre en Egipto y viva por un periodo largo su pueblo, es con el propósito de hacer de el una nación que le sirva por amor.
Eran pocos los que entraron, pero en sus 400 años de peregrinación Dios sacó un pueblo para darle lo que había prometido a Abrahán.
Muchos siglos han pasado. Todos los acontecimiento descritos por los profetas se han cumplido. El pueblo de Dios sigue en el Egipto espiritual, y tiene que prepararse para salir a la Canaán celestial.
Tenemos que dejar muchas cosas en el camino, el desierto de las naciones es amplio y lleno de dunas y trampas. Los hijos de Dios se tienen que despoja de todo aquello que les impida viajar.
No debemos acarrear ningún ídolo, dejar todas nuestras pertenencias a un lado. Pues el peso de tales cosas, puede dejarnos tirado en las dunas.
Lo único que debemos de llevar por el desierto es nuestro carácter. Todo lo que no sea eso, de nada nos servirá. Cristo nos llama, a vivir una vida íntegra, con una fe pura y sincera como la de un niño.
Si queremos atravesar el desierto de las naciones, tenemos que vivir por fe, y morir al mundo más que nunca. Todo depende de “usted y de mi”. Cristo lo ha dado todo: ¿que le damos nosotros?
MARANATA.
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