Mas nuestra ciudadanía está en los cielos, de donde también esperamos al Salvador, al SeñorJesucristo. Fil 3:20
Pablo establece un contraste entre los pensamientos del verdadero cristianos y de la gente incrédula de este mundo.
Establece que la ciudadania del verdadero creyente, no de palabra sino de hecho, esta en el cielo.
No como creen algunos cristianos, que cuando uno deja esta vida automáticamente van al cielo. Esta idea no es bíblica, esta basada en las tradiciones humanas.
No encontraremos ni un sólo versos desde el AT. Hasta el NT. Que haga referencia a la inmortalidad del alma. El cristiano tiene que recordar siempre que es ciudadano del cielo.
El aceptar a nuestra patria nos induce a ser leales a ella, y donde quiera que vivamos nos conduciremos de tal manera que honremos el nombre de nuestro Dios.
La lealtad a su ley y a su nombre debe de ser intachable. El verdadero hijo de Dios debe de andar en esta tierra como Cristo ando.
El pensar en la vida que esperamos vivir en el cielo sirve para guardarnos en nuestra vida terrenal.
En este mundo el verdadero creyente tenemos que demostrar la pureza, la humildad, la gentileza y el amor que anticipamos experimentar en la vida venidera.
Nuestras aciones ante el mundo deben demostrar que somos ciudadanos del cielo, dicho de otra manera, de una tierra renovada por los méritos de Cristo.
Esto es difícil de creer para un mundo cristianizado por las tradiciones eclesiásticas.
Nuestra relación con otros cristianos debe de ser atrayente y demostrar ante el mundo que el cielo empieza en tu hogar y en ti.
Una mayoría de cristianos espera el retorno de Cristo, y todos ellos espera la resurrección de los muertos, para ser trasladados a la Tierra Nueva oh los cielos.
Esa esperanza de retorno de Cristo la (encontramos Rom 8:19;23, 25; Gal 5:5; Heb, 9:28). Los que esperamos el retorno de Cristo, deben de prepararse para ese acontecimiento (cf. com. 1º Jun. 1:3).
Entonces comprenderemos que los asuntos terrenales carecen de poca importancia, pues pronto terminarán los afanes de esta vida, y ¿que será de nosotros?
Creo sinceramente como muchos cristianos que Dios nos apuesto en el mundo para que seamos una bendición a los demás. Cristo nos ha dicho que seamos la sal de la tierra y la luz del mundo.
Pero muchos no hacen honor a su cristianismo. El cristiano no debe de aceptar las costumbre de un mundo que va en picado a su propia destrucción.
Vamos hacia la patria celestial, comportémonos como hijos de Dios. (ver El H. Adv. p. 492).
MARANATA.
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