domingo, 28 de julio de 2024

EL TIEMPO ES ORO.

El que encubre su pecado no prosperará; mas el que los confiesa y se aparta alcanzará misericordia. Prov. 28:13.

Acá reconoció su culpabilidad, pero lo hizo cuando ya era muy tarde para que su confesión le beneficiara. 

Había visto los ejércitos de Israel regresar de ahí derrotado y desalentado; pero no se había adelantado a confesar su pecado. 

Había visto a Josué y a los ancianos de Israel postrase en tierra con indecible congoja. 

Si hubiera hecho su confesión entonces, habría dado cierta prueba de verdadero arrepentimiento; pero siguió guardando silencio. 

Había escuchado la proclamación de que se había cometido un gran delito, y hasta había oído definir claramente su carácter. Pero sus labios quedaron sellados. 

Luego se realizó la solemne investigación. ¡Cómo se estremeció de terror su alma cuando vio que se señalaba a su tribu, luego su familia y finalmente su casa!

Pero ni aún entonces dejó oír su confesión, hasta que el dedo de Dios le tocó, por así decirlo. Entonces cuando su pecado ya no pudo ocultarse, reconoció la verdad. 

¡Cuán a menudo se hacen semejantes confesiones! Hay una enorme diferencia entre admitir los hechos una vez probados, y confesar los pecados que sólo nosotros y Dios conocemos. 

Acá no hubiera confesado su pecado si con ello no hubiera esperado evitar las consecuencias. Pero su confesión sólo sirvió para demostrar que su castigo era justo.  

No se había arrepentido en verdad de su pecado; no había sentido contracción, ni cambio de propósito, ni aborrecía lo malo. 


Así también formularán sus confesiones los culpables cuando estén delante del tribunal de Dios, después que cada caso haya sido decidido para la vida o para la muerte. . .

Cuando se abra los registros del cielo, el Juez no declarará con palabras su culpa a los hombres, sino que le bastará con lanzar una mirada penetrante, 

que evocará vívidamente toda acción y toda transacción de la vida, en la memoria del obrador de iniquidad. 

La persona no tendrá que ser buscada. . . sino que sus propios labios confesarán su vergüenza. (P. Profetas, pág. 532-533). (1º Juan 1:9).

MARANATA.

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