domingo, 25 de julio de 2010

A DIOS SEA LA GLORIA


Desde el nacimiento del sol hasta donde se pone, sea alabado el nombre de Jehová. (Sal. 113: 3).

La Biblia tiene poco que decir en alabanza de los hombres. Dedica poco espacio a relatar las virtudes hasta de los mejores hombres que jamás hayan vivido. Este silencio no deja de tener su propósito y su lección. Todas las buenas cualidades que poseen los hombres son dones de Dios; realizan sus buenas acciones por la gracia de Dios manifestada en Cristo. Como lo deben todo a Dios, la gloria de cuanto son y hacen le pertenece sólo a él; ellos no son sino instrumentos en sus manos. Además, según todas las lecciones de la historia bíblica, es peligroso alabar o ensalzar a los hombres; pues si uno llega a perder de vista su total dependencia de Dios, y a confiar en su propia fortaleza, caerá seguramente. El hombre lucha con enemigos que son más fuertes que él. . . Es imposible que nosotros, con nuestra propia fortaleza, sostengamos el conflicto; y todo lo que aleje a nuestra mente de Dios, todo lo que induzca al ensalzamiento o a la dependencia de sí, prepara seguramente nuestra caída. El tenor de la Biblia está destinado a inculcarnos desconfianza en el poder humano y a fomentar nuestra confianza en el poder divino (Patriarcas y Profetas, pág. 775).

El alma verdaderamente convertida es iluminada de lo alto. . . Sus palabras, sus motivos, sus acciones, pueden ser mal interpretados y falseados, pero no le importa porque tiene intereses más importantes en juego. . . No ambiciona la ostentación; no anhela la alabanza de los hombres. Su esperanza está en el cielo, y se mantiene rectamente, con la vista fija en Jesús. Hace el bien porque es justo (Testimonies, tomo 5, pág. 569).

Por sus obras buenas, los seguidores de Cristo deben dar gloria, no a sí mismos, sino al que les ha dado gracia y poder para obrar. Toda obra buena se cumple solamente por el Espíritu Santo, y éste es dado para glorificar, no al que lo recibe, sino al Dador. Cuando la luz de Cristo brille en el alma, los labios darán alabanzas y gracias a Dios. Nuestras oraciones, nuestro cumplimiento del deber, nuestra benevolencia, nuestro sacrificio personal, no serán el tema de nuestros pensamientos ni de nuestra conversación. Jesús será magnificado, el yo se esconderá y se verá que Cristo es todo en todos (El Discurso Maestro de Jesucristo, pág. 69).

E. G. White

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