Sabed, pues, esto, varones
hermanos: que por medio de él se os anuncia perdón de pecados, y
que de todo aquello de que por la ley de Moisés no pudisteis ser
justificados, en él es justificado todo aquel que cree. Hechos
13:38, 39.
Jesús no bino para negociar el
perdón; vino para anunciarlo. Jesús no dijo: “Te perdonaré si
crees en mi”. En cambio dijo: “Yo soy perdonador; ¿no quieres
creer en mí?” Jesús vino ha esta tierra afín de proclamar
“nuevas de gran gozo, que será para todo el pueblo” (Luc.
2:10).
La nueva nueva no es que yo soy perdonado, sino que Dios es
perdonador. Los ángeles no dijeron que las buenas nuevas eran sólo
para los creyentes, sino para todo el pueblo, aun más para aquellos
que no eran de su pueblo. Desafortunadamente, no todos creerán en
las buenas nuevas.
Pero las buenas nuevas no han cambiado, y creemos
en ellas. En Cristo, Dios anunció el perdón para todos los pueblos.
Los que se pierdan no tendrán escusa, no porque Dios no lo haya
ofrecido el perdón, sino porque ellos no han aceptado el sacrificio
de Cristo ni su perdón. No podemos confiar en algo condicional si
nosotros no tenemos que crear esa condiciones.
Si Dios hubiera dicho:
“te perdonaré si crees en mí”, comenzaríamos a medir la
cantidad de fe, y luego dudaríamos si tenemos fe suficiente. En
cambio, si Dios dijera: “Yo soy, por naturaleza, perdonador; no
puedo dejar de perdonar así como no puedo dejar de amar”,
tendríamos una base sólida para nuestra confianza.
Entonces,
creyendo en El, confiando en el perdón incondicional que ofrece, no
tendríamos ya necesidad de de rebelarnos otra vez. Uno de los
momentos clave del ministerio de Cristo, lo encontramos en la cruz.
Cuando Jesús clamó desde la cruz: Padre, perdónalos, porque no
saben lo que hacen” (Luc. 23:34), no estaba implorando al Padre
algo que El no tuviera dispuesto a hacer.
Estaba anunciando
públicamente todos los que quisieran oírlo que el Padre es
perdonador. Y el espera que aquellos crueles soldados que estaban
atravesando sus manos en los clavos escucharan el mensaje, pues algún
día llegarían a darse cuenta cabal de lo habían hecho.
Y mientras
estuvieran abrumados por la idea de que habían clavado al Creador
quería que ya hubiera oído las buenas nuevas de salvación: “Están
perdonados”. El tiempo sera testigo, y si alguno de esos soldados
se hubiesen arrepentido, estará en el cielo en la segunda venida de
Cristo.
¿Qué podría liberarnos más de las preocupaciones
egoístas que la seguridad de que nuestra mayor necesidad, la
libertad de la pena de muerte, ya ha sido satisfecha en la cruz de
Cristo.
Maranata.
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(Oren por mi enfermedad, es muy delicada)
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