¿Se olvidara la mujer de lo que dio a luz, para dejar de comparecerse del hijo de su vientre? Aunque olvide ella, yo nunca me olvidaré de ti. Isa. 49:15.
La relaciones más intimas que están a nuestra disposición deben enseñarnos cómo es la relación de Dios con nosotros. Cuando aquéllas no logran, o nos enseñan lo opuesto, podemos preguntarnos si hay alguna esperanza.
Unas de las tragedias mayores de la vida ocurre cuando alguien que debiera habernos amado a pesar de todo, lo hace. Es casi suficiente para aniquilarnos. La amargura frecuentemente invade toda la vida, haciéndonos descontar todo lo bueno, y exagerando absurdamente todo desprecio.
“¡No es justo!”, protestamos. Y tenemos razón. Pero el asunto no termina allí. Dios ve lo más profundo de nuestros corazones heridos. Con inmensa sensibilidad nos alza en su grades brazos de amor y nos recuerda que aunque puedan ocurrir cosa impensables en esta planeta descarriado, usted y ami nunca nos ocurrirá algo si estamos con Él.

Todos recibimos daños, bien sea colaterales o frontales en esta vida. Algunos quedan destruidos. Otros se ven las evidencias muy tangibles del amor de Dios, y es ese amor el que puede traer a esta alma de vuelta de la desesperación a la libertad.
Dios en su inmenso amor por el hombre, diseño un plan para hacernos volver al redil. Esto nos incluye a todos los que hemos llegado a conocerlo y a confiar en el. Por ende, nosotros somos luz para otros, para que vean en nosotros el amor de Cristo hacia ellos. Jesús nos mostró el plan.
El vivió la vida de Dios en forma muy real y compresible, precisamente en medio de un pueblo muy dañado. Se preocupó, escuchó, y los tocó. Lloro y, rió -una risa cálida, genuina de quien goza con otras personas, bien sea humildes, pobres hidalgos o nobles.

El Espíritu de Dios enternecía sus corazones. ¿Y no es este el privilegio de una madre -logra que sus hijos estén seguros de su potencial y valor innatos? Tal vez podamos exclamar con el Maestro: “
¿Quién es mi madre, y quién son mis hermanos?” Y extendiendo sus manos hacia los discípulos Jesús dirá: “He aquí mi madre y mis hermanos”. (Mat. 12: 48:49.)
[Les ruego que oren por mi]
Maranata.
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