Anhela mi alma y aun
ardientemente desea los atrios de Jehová; mi corazón y mi carne
cantan al Dios vivo. Sal.84:2
Cuando el pueblo de Dios aparte
sus ojos de las cosas de este mundo y los pongan en el cielo en las
cosas celestiales, serán un pueblo peculiar, porque verán la
misericordia, la bondad y la compasión que Dios ha manifestado por
los hijos de los hombres.
Su amor les exigirá una respuesta, y sus vidas evidenciarán a quienes los rodean que el espíritu de Dios los domina, que están poniendo sus afectos en las cosas de arriba y no en las de abajo.
Al pensar en el cielo demos llevar nuestra
imaginación hasta el limite más amplio y pensar los más elevados
pensamientos de que seamos capaces, y nuestra mente se fatigará en
el esfuerzo por comprender la anchura, profundidad y altura del
asunto. Es imposible para nuestra mente abarcar los grandes temas de
la eternidad.
Es imposible que nos esforcemos por comprender esas
cosas sin que esto afecte nuestro carácter para el bien y recibamos
una influencia elevadora en nuestra mente.
Al pensar en como Cristo vino a nuestro mundo para morir por el hombre caído, entendemos algo del precio que se pago por nuestra redención y comprendemos que no existe verdadera bondad o grandeza sin Dios.
Al pensar en como Cristo vino a nuestro mundo para morir por el hombre caído, entendemos algo del precio que se pago por nuestra redención y comprendemos que no existe verdadera bondad o grandeza sin Dios.
Sólo por la luz que
brilla de la cruz del Calvario sabemos a que profundidad de pecado y
degradación cayo la raza humana por causa del pecado. Sólo por la
extensión de la cadena que desciende del cielo para levantarnos
podemos conocer las profundidades en las que estuvimos sumidos.
Y
sólo teniendo presente las realidades invisibles es como podemos
comprender algo del maravillosos tema de la redención (Manuscrito
17-1888). Estamos casi en el hogar; pronto oiremos la voz del
Salvador más hermosa que cualquier música, diciendo: Tu luchas han
terminado. Entra en el gozo de tu Señor. Bendita, bendita bendición;
deseo escucharla de sus labios inmortales (Ibid ).
Maranata.
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