Venid, adoremos y postrémonos; arrodillémonos delante de Jehová nuestro Hacedor. Sal. 95:6
Cristo ha dado a sus discípulos indicaciones ciertas en cuanto a la necesidad de dedicar períodos de tiempo especiales a la devoción.
La oración precedió y santificó cada acto de su ministerio. . . Los momentos nocturnos de oración que el Salvador pasó en la montaña o en el desierto era esenciales para preparar para la gran prueba que debía enfrentar en los días que seguirían.
Sentía la necesidad de refrigerar y vigorizar alma y cuerpo para poder enfrentar las tentaciones de Satanás; y los que están esforzándose por vivir la vida de Cristo sentirán esta misma necesidad. . . Cristo se ha entregado para ser nuestro sustituto y garantía y no descuida a nadie.
Hay una reserva inacabable de perfecta obediencia que proviene de su obediencia. Sus méritos su abnegación y sacrificio propio están atesorados en el cielo como incienso para ser ofrecidos con las oraciones de su pueblo.
A medida que las oraciones humildes y sinceras del pecador ascienden al trono de Dios, Cristo mezcla con ellas los méritos de su vida de perfecta obediencia. Nuestras oraciones reciben la fragancia de este incienso. . . Recordemos todos los misterios del reino de Dios no pueden aprenderse por el razonamiento.
La verdadera fe, la verdadera oración -¡cuán poderosas son! La oración del fariseo no tenia ningún valor, pero la oración del publicano
fue oída en los atrios lestiales porque mostraba la dependencia que trataba de alcanzar la Omnipotencia para asirse de ella.
El yo no era sino una vergüenza para el publicano. Así debería ser con todos los que buscan a Dios. La fe y la oración son los dos brazos que el necesitado suplicante echa al cuello del Amor infinito (R.H. 30-10-1900).
Maranata
Luis
José de Madariaga.
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segunda venida apocalíptica
La
Biblia a través del tiempo.
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