Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has desamparado? ¡Por qué estás tan lejos de mi salvación, y de las palabras de mi clamor? Sal. 22:1
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¡Por favor, mamá, mamá, no me dejes aquí, mamá!", fue el clamor desesperado de la pequeña Alana, en aquel trágico día en que los secuestradores se apoderaron de la escuela de Beslan, en Rusia.
Los secuestradores forzaron a Zalina a abandonar a su hija de seis años que lloraba desesperadamente. Solamente así podría salir de la escuela salvando al hijo.
¡Terrible decisión! ¿Qué podía hacer? ¿Morir allí con los dos hijos, o salvar por lo menos uno? Las horas siguientes para Zalina fueron literalmente el infierno.
Cada segundo parecía ser una llamarada de fuego de su propia conciencia.
Imaginaba lo que estaría sucediendo aquella noche con Alana, en el gimnasio al lado de los secuestradores. Gracias a Dios, al día siguiente, tuvo a la hija de vuelta.
Cubierta de sangre, en shock, deshidratada, pero viva. Zalina sabe que un día tendrá que mirar en los ojos a Alana y explicarle porqué tuvo que tomar aquella difícil decisión.
"Eso deja marcas -se recrimina—, nosotras nunca más seremos las mismas". Hace siglos que en un monte solitario, colgado en una cruz, Jesús exclamó, como Alana:
"Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has desamparado?" No hay sentimiento peor que la soledad y el desamparo. Tú miras por todos lados y no ves a nadie.
El clamor de Cristo era más dramático todavía, porque él había afirmado muchas veces "Yo y el Padre uno somos". ¿Qué pasó con aquella unidad maravillosa?
En la cruz, el Señor Jesús cargó sobre sí la culpa de todos nosotros y sintió en su propia carne la crueldad del pecado. Al cargar voluntariamente la culpa de la humanidad,
Jesús llegó a conocer el sentimiento de la soledad que se apodera de la criatura cuando se aparta del Creador. Inútilmente, el ser humano trata de encontrar "su camino" solo.
El fracaso, la frustración y el vacío parecen perseguirlo siempre. ¿Por qué vivir así, si alguien ya pagó el precio de tu culpa en la cruz?
Alguien en tu lugar, dijo: "Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has desamparado?"
MARANATA.
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