EL GRAN PACTO DE DIOS CON EL HOMBRE.

“Este es el pacto que are con la casa de Israel después de aquellos días, dice el Señor: pondré mi leyes en la mente de ellos, y sobre su corazón las escribiré; y seré a ellos por Dios, y ellos me serán a mí por pueblo” Hebreos 8:10.

Hace años vi una exhibición en la Base Aérea de Zaragoza con la patrulla Aguila, como escribían en el cielo el nombre de la ciudad. 

El mensaje era claro y sencillo, Zaragoza 1980. El mensaje era claro, invitaba a la ciudad a las fiestas de la ciudad. 

El ser humano escriben sus mensajes en cualquier parte: en cavernas, en las paredes, en las rocas, en los parques y ponen letreros en las cimas de las montañas. 

Todo ello para dar un mensaje, bien sea de bienvenida o de advertencia. 

Pero Dios escribe en el lugar más insólito del corazón humano, donde nadie lo puede leer, sino el hombre mismo. 

Dios escribió en el monte del Sinaí, la ley de Dios para el hombre en tablas de piedra. 

Con el propósito de que el hombre conociese la ley de Dios, y su carácter. Dios tenía el propósito de que esas leyes estuvieran en el corazón del hombre; y por ende en su pueblo. 

Dios no escribe para exaltarse a sí mismo, sino para enaltecer al hombre; para redimirlo de la cautividad del pecado, y que gozase de la condición de ser hijos y hijas de Dios. 

El Espíritu Santo es el intermediario, ya que Él nos hace comprender el amor de Dios sobre la humanidad. 

Israel no lo entendió así, lo entendió como un código de cumplimiento externo. Dios no tenía el propósito de que sus leyes fueran consideradas así. 

Dios quería dar a su pueblo un corazón nuevo, una mente nueva, renovada por el Espíritu Santo. Pero el pueblo no entendió el mensaje de Dios.

Pero en su infinita misericordia Dios va esculpiendo en nuestro corazones la ley del amor. Ahora con el nuevo pacto, se transforma los corazones y las mente del hombre. 

En lo más intimo de nuestro ser, en el fundamento de nuestra personalidad, se opera una transformación: 

de codiciosos, rebeldes y egocéntricos, nos convertimos en seres cuyo impulsos naturales son trasformados y puestos en armonía con Dios y con su universo.

Pero para que el espíritu pueda hacer esta obra es necesario que nos rindamos, y que nos entreguemos a Él. 

MARANATA.

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