domingo, 8 de enero de 2023

VIDA PARA LOS QUE TEMEN A DIOS.

Bienaventurado el varón que soporta la tentación; porque cuando haya resistido la prueba, recibirá la corona de vida, que Dios ha prometido a los que le aman. (Sant. 1: 12.) 

 Había  un gran número de ángeles que traían de la ciudad gloriosas coronas, una corona para cada santo, con su nombre escrito en la corona. 

Cuando Jesús pedía las coronas, los ángeles se las presentaban, y con su propia mano derecha, el amante Salvador las colocaba sobre las cabezas de los santos. 

Del mismo modo, los ángeles trajeron arpas y Jesús se las entregó a los santos. 

El ángel de mayor rango y director del coro celestial, dio las primeras notas, y entonces todas las voces de los redimidos se elevaron en agradecida y alegre alabanza

 y todas las manos pulsaron hábilmente las cuerdas de las arpas arrancando de ellas una música melodioso de tonos ricos y perfectos... 

Dentro de esta gran ciudad había todo lo que podía deleitar la vista. Se podía contemplar doquiera la esplendorosa gloria. 

Entonces Jesús contempló a sus redimidos; sus rostros estaban radiantes de gloria; y mientras fijaba en ellos sus ojos amantes, dijo con voz sonora y musical: 

"Contempló el trabajo de mi alma y estoy satisfecho. Esta gloria esplendorosa es vuestra para que la disfrutéis eternamente. 

Vuestros pesares han terminando. Ya no habrá muerte, ni dolor, ni llanto, ni enfermedad" porque todas estas cosas han pasado.

Luego  Jesús conducía a su pueblo hacia el árbol de la vida... 

En el árbol de la vida había hermosísimos frutos, de los cuales los santos podían servirse libremente. 

En la ciudad había un trono sumamente glorioso, del que manaba un río puro de agua viva, clara como el cristal. 

A cada lado del río estaba el árbol de la vida, y en las márgenes había otros hermosos árboles que daban frutos...

El lenguaje humano es demasiado pobre para intentar la descripción del cielo. Cuando la escena aparece delante de mí, me abruma el asombro. 

Arrobada por ese resplandor insuperable y esa excelsa gloria, dejo caer la pluma y exclamó: 

"¡Oh, qué amor, qué maravilloso amor!" Las palabras más sublimes no alcanzan a describir la gloria del cielo ni las incomparables profundidades del amor del Salvador.

MARANATA.

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