lunes, 15 de agosto de 2022

ALUMBRA VUESTROS OJOS.

Alumbrando los ojos de vuestro entendimiento, para que sepáis cuál es la esperanza a que él os ha llamado, y cuáles las riquezas de la gloria de su herencia de los santos. Efe. 1:18

Reciba tanta luz el ojo de vuestro entendimiento, y que os toque el corazón, y que llegue al templo de nuestra alma. De tal manera que la misericordia divina, crea en vosotro corazón la compasión por las almas que perecen. 

Y que los ángeles toquen una nota más alta en los cielos. Si tenemos los ojos abiertos a las necesidades de los placeres de este mundo, no sentiremos inclinados a dominar nuestra necesidades temporales.

Nuestra obra misionera debiera ser mucho más amplia y ferviente. Debemos practicar la abnegación y el sacrificio como no se ha hecho todavía.

Al trabajar activamente para suplir las necesidades de la causa de Dios, ponemos nuestras almas en contacto con la Fuente de todo poder.

Pero nadie albergue la idea que los que han aceptado la verdad estarán más empeñados en impartir que recibir. Los gastos espirituales no deben superar las entradas. Una cosa es esencial para la otra.Si descuidamos la primera, también descuidaremos la segunda.

 Los siervos de Dios más activos e interesantes de todas las épocas han sido los que han tenido una piedad práctica y más viva. 

Sus necesidades espirituales fueron satisfechas por la fuente inagotable del poder de Dios, para que pudieran impartir a los demás. Cuando tengamos la mirada puesta en Dios, cultivaremos la piedad personal.

Existe el peligro de que nuestra actividad religiosa pierda en profundidad lo que gana en superficialidad. Existe el peligro que todos nuestros hermanos en la fe,

dependa de los instrumentos humanos, de equipos y de grandes preparativos para la obra y pierdan la firmeza de su fe en Dios, de manera que hagan un gran despliegue de prosperidad, y descuiden la obra que hay que hacer en el corazón.

La piedad personal es una de las base del cristiano. Hay peligro por todos los lados, y necesitamos depender constantemente de Dios, para que su Espíritu Santo purifique nuestros corazones,

los dote de abnegación y los disponga a escuchar las órdenes que proceden de Dios. No hay nada insignificante en la obra de Dios, y la fidelidad con que se hace, más que la cantidad hecha, determina la recompensa de cada uno. (Manuscrito 25, 12 de marzo 1899).

MARANATA.

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