martes, 8 de noviembre de 2011

LOS QUE LO TRASPASARON

Veréis al Hijo del Hombre sentado a la diestra del poder de Dios, y viniendo en las nubes del cielo. (Mar. 14: 62).

Cuando [los dirigentes judíos] contemplan su gloria, acude a sus mentes el recuerdo del Hijo del hombre revestido del ropaje de la humanidad. Recuerdan cómo lo trataron, cómo lo rechazaron y se apresuraron a ponerse del lado del gran apóstata.

Las escenas de la vida de Cristo aparecen ante ellos con toda claridad. Todo lo que hizo, todo lo que dijo, la humillación a la que descendió a fin de salvarlos de la corrupción del pecado, se levanta ante ellos para condenarlos.

Lo ven acercándose a Jerusalén para llorar con lágrimas de agonía sobre la impenitente ciudad que no quiso recibir su mensaje. Su voz, que se oyó cuando invitaba y rogaba, con tonos de tierna solicitud, parece llegar de nuevo a sus oídos.

Surgen ante ellos las escenas del Getsemaní, y oyen la maravillosa oración de Jesús: "Padre mío, si es posible, pase de mí esta copa"(Mat. 26: 39). Oyen otra vez la voz de Pilato, que dice: "Yo no hallo en él ningún delito" (Juan 18: 38).

Ven la escena vergonzosa en el recinto del juicio, cuando Barrabás estuvo de pie junto a Cristo y ellos tuvieron el privilegio de escoger al que no tenía culpa. Oyen otra vez las palabras de Pilato: "¿A quién queréis que os suelte: a Barrabás, o a Jesús, llamado el Cristo?"(Mat. 27: 17).

Oyen la respuesta: "¡Fuera con éste, y suéltanos a Barrabás!" (Luc. 23: 18). A la pregunta de Pilato: "¿Qué, pues, haré de Jesús?" viene la respuesta: "¡Sea crucificado!" (Mat. 27: 22).


Ven nuevamente a su Sacrificio cargando el oprobio de la cruz. Oyen las voces triunfantes y sarcásticas que exclaman: "Si eres Hijo de Dios, desciende de la cruz", "a otros salvó, a sí mismo no se puede salvar" (Mat. 27: 40, 42).

No lo ven ahora en el huerto de Getsemaní, ni en el recinto del juicio, ni en la cruz del Calvario. Han pasado las señales de su humillación y contemplan el rostro de Dios -ese rostro que ellos escupieron-, el rostro que los sacerdotes y gobernantes hirieron con las palmas de sus manos. Ahora les es revelada la verdad en todo su vigor.* 292
G.W.

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