sábado, 26 de septiembre de 2009

BREVE TIEMPO DE PAZ

Cuando digan: Paz y seguridad, entonces vendrá sobre ellos destrucción repentina, como los dolores a la mujer encinta, y no escaparán. (1 Tes. 5: 3).

Cuando se esté terminando la obra de la salvación, vendrá aflicción sobre la tierra, y las naciones se airarán, aunque serán mantenidas en jaque para que no impidan la realización de la obra del tercer ángel. En ese tiempo descenderá la "lluvia tardía", o refrigerio de la presencia del Señor, para dar poder a la voz fuerte del tercer ángel, y preparar a los santos para que puedan subsistir durante el plazo cuando las siete plagas postreras serán derramadas.

Se me mostraron los habitantes de la tierra sumidos en la mayor confusión. Guerra, derramamiento de sangre, privación, necesidad, hambre y pestilencia abundaban en la tierra. A medida que estas cosas rodeaban a los hijos de Dios, éstos comenzaron a unirse y a eliminar sus pequeñas dificultades. Ya no actuaban dominados por su sentido de su dignidad personal, sino que una profunda humildad tomo su lugar de ésta. El sufrimiento, la perplejidad, y la escasez hicieron que la razón retomara su trono, y que el hombre apasionado e irrazonable se volviese cuerdo y actuase con dirección y sabiduría.

Se me llamó entonces la atención a otra escena. Parecía haber un corto tiempo de paz. Una vez más los habitantes de la tierra fueron presentados delante de mí; y de nuevo todas las cosas se hallaban en la mayor confusión. La lucha, la guerra, el derramamiento de sangre, con hambre y pestilencia, rugían por doquier. Otras naciones se hallaban empeñadas en esta guerra y confusión. La guerra causaba hambre. La necesidad y el derramamiento de sangre producían pestilencia. Y entonces los corazones de los hombres desfallecían "por el temor y la expectación de las cosas que sobrevendrán en la tierra" (Luc. 21: 26).

Los ángeles están reteniendo hoy los vientos de lucha, hasta que el mundo sea amonestado acerca de su inminente destrucción; pero se está preparando una tormenta, que se ha de desencadenar sobre la tierra, y cuando Dios ordene a sus ángeles que suelten los vientos, habrá tal escena de contienda que ninguna pluma la puede describir.

E. G. White

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