Antes que te forme
en el vientre te conocí, y antes que nacieses te santifiqué, te di
por profeta a las naciones. Jer. 1:5.
Antes que te forme.
Aun antes de que Jeremías hubiera nacido, Dios había tenido el
propósito de que fuera un profeta. Dios ha asignado a toda persona
un lugar para trabajar y una responsabilidad en su gran plan de
salvación (pvgm p. 262).
La mayor parte de
los sentimientos de inseguridad que mina a la gente se debe a que no
saben de dónde han venido, por qué están aquí y no saben a donde
van.
La carrera espacial y las teorías de los astrónomos sobre el
Universo, revela que los hombre no aceptan el mensaje de las
Escrituras y están tratando
con desesperación
de informarse acerca del origen del universo.
Cuando preguntamos
que propósito tienen en explorar la Luna o Marte incluso otras
Galaxias para ver si se puede encontrar donde vivir. Nos encontramos
declaraciones como esta: “Los astrónomos, geólogos y biólogas
esperan que la luna y marte o otros mundos nos revele los secretos
del origen de la vida en nuestro planeta”.
Puesto que era
hombre de fe, Jeremías sabía de donde venía y hacia dónde iba. Un
ejemplo de la presencia de Dios en el caso de Ciro el Grande (Rey de
Persia), vencedor de Babilonia, cuyo nombre menciona el profeta
Isaías siglo y medio antes de su nacimiento.
La profecía predijo
la notable obra de Ciro de liberar a los judíos. ( Isa. 44:28; 2º
Cro. 36:22,23; Esd. 1:1-3). Dios le declaró enfáticamente a
Lucifer que lo había creado y le había señalado su misión. (Eze.
28:14,15).
Al no aceptar estas dos verdades decisivas, Lucifer se
transformó en Satanás. El engañador, gracias a su conocimiento
empleo de todos los medios concebibles, ha embotado las percepciones
humanas al punto que la gran mayoría vaga a ciegas por la vida hasta
que la tumba pone fin a su incrédula existencia.
La experiencia de
Jeremías no es única. Es sólo un ejemplo del propósito de Dios y
de su plan para todos los hombres. Tan poderoso y maravilloso era
este pensamiento, que Jeremías comenzó su libro con él.
El hombre es de
“libre albedrío”.
Ya sea que se
encontrara sumergido en el cieno en el fondo de un pozo, o
contemplando al alfarero mientras realizaba su tarea,
Jeremías estaba
siempre sostenido por este pensamiento: “He sido elegido por Dios
para hacer su obra”.
No se puede
quebrantar al hombre que se aferra tenazmente a la convicción de que
vive y trabaja para cumplir un cometido divino. Cada cristiano tiene
el privilegio de albergar la misma convicción.
Sin considerar tu
puesto, tu educación, tu condición social o financiera, Dios te ha
puesto en este mundo para que cumplas un propósito.
El reconocer
que su mano te guía, le da proposito a ti existencia y valor a tu
servicio.
Maranata
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La
Biblia a través del tiempo
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venida apocalíptica
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